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Cuestión de pelotas

Livin' la vida Neymar

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, el emperador Florentino puso de moda una fórmula supuestamente infalible. Se trataba de rodear a las figuras del equipo de un aura mágica, preternatural, sublime. El proceso comenzaba en la presentación del futbolista, al que se hacía saltar a un estadio abarrotado para dar cuatro toques a un balón ante una afición entregada. Y continuaba en cada una de las apariciones, movimientos y manifestaciones del ídolo, que dejaba de ser un veinteañero que daba patadas con cierta gracia para convertirse en un concepto, en una marca, en un apoyo sobre el que vender. Camisetas, natillas o créditos de un banco portugués, tanto daba. El caso era cobrar.

Uno se preguntará… Cobrar, ¿para qué?

Pues está claro: para ganar mucho dinero con el que comprar por una animalada el siguiente becerro de oro.

Lejos quedan los tiempos en que el que suscribe iba a la vieja ciudad deportiva (ahora sustituida por cuatro enormes torres), saludaba a Manolo, el guardia de seguridad, que nos abría una valla, y aguardaba pacientemente en el parking a que saliesen Mijatovic, Suker, Raúl, Roberto Carlos, Redondo y el resto de futbolistas. Eran divos, olían a perfume de marca y conducían Ferraris. Pero también eran personas. Se paraban a saludarte, charlaban de todo un poco, había complicidad y una cierta camaradería. Sabían que había que estar a las duras y a las maduras, que si la cagaban les íbamos a criticar, pero también sabían que había un apoyo tácito, unánime. Lo que querías es que les fuese bien, porque aunque millonarios caprichosos eran buenos chavales. Con sus cosas buenas y malas, pero nunca te negaban el saludo o un par de líneas.

Luego todo cambió.

Se pusieron vallas que nos separaban. Se prohibió el acceso directo, se regularon horarios e intervenciones. Todo más serio, más profesional, más impersonal, más frío. Al tiempo, no sé si por causa-efecto o por simultaneidad, llegó el auge de fenómenos equidistantes pero igualmente repugnantes como el del periodismo de camiseta (ej: Tomás Roncero) o el del periodismo misión (ej: Diego Torres y sus tres años de cargante cruzada anti Mou). Cuando pones distancia es más fácil odiar o idolatrar.

La sociedad también cambió. Llegó la crisis. La fiesta de despilfarro del fútbol, patrocinada por las televisiones, tocó a su fin cuando el grifo se secó. La burbuja estalló. La resaca que dejó era terrible, y uno de sus efectos ha sido que los clubes de fútbol deban 752 millones de euros a Hacienda. En un país con 7 millones de parados en el que chavales dejan de estudiar porque les han subido las tasas y hay discapacitados a los que les quitan la prótesis por no poder pagarlas, esto es inadmisible.

El fútbol ha disfrutado durante mucho tiempo de privilegios. Un espectáculo que sirve para tener a la gente distraída, puro circo, no podía ser menos en manos de nuestros cada vez peores gobernantes. Ahora sería un momento excelente para dar un paso atrás, para volver a acercar el fútbol a la gente, para recordar lo que hizo grande este deporte. Desde luego no fueron los contratos de imagen al 50%, ni las ahora desaparecidas toneladas de billetes de 500 €.

Y luego llega el Barcelona -que dice que no le debe nada a Hacienda, a pesar de que ha salido de muchos malos tragos con la ayuda de las instituciones y de que en sus cuentas figure una deuda con Hacienda de 48.000.000 de €- y le pone un avión a Neymar por 120.000 euros para que se venga con sus amigotes. Tratamiento de megaestrella para un chaval al que ya vas a pagar una pasta gansa. Malcriar a un muchacho que aún no ha terminado de madurar emocionalmente, enseñarle que él es el centro del mundo. Y mucho peor aún, el ejemplo que se da a la sociedad. El insulto que se hace los centenares de miles de aficionados del Barça, millones de aficionados al fútbol, que se levantan cada mañana soñando con salir del abismo del paro y escapar del fantasma de la crisis.

El chico se podía haber venido en un vuelo de línea. En primera, por supuesto, pero en el mismo barco que los demás. Algo que el fútbol no parece entender aún. Esto es sólo un ejemplo, pero no es un caso aislado. Ha llegado el momento de dar un paso atrás, de volver a la humildad, al esfuerzo, al sacrificio. Para ser ídolos de verdad, no marcas vacías con pies de barro.

Neymar en el jet privado Twitt 54337668539 54115221152 960 640

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, el emperador Florentino puso de moda una fórmula supuestamente infalible. Se trataba de rodear a las figuras del equipo de un aura mágica, preternatural, sublime. El proceso comenzaba en la presentación del futbolista, al que se hacía saltar a un estadio abarrotado para dar cuatro toques a un balón ante una afición entregada. Y continuaba en cada una de las apariciones, movimientos y manifestaciones del ídolo, que dejaba de ser un veinteañero que daba patadas con cierta gracia para convertirse en un concepto, en una marca, en un apoyo sobre el que vender. Camisetas, natillas o créditos de un banco portugués, tanto daba. El caso era cobrar.

Uno se preguntará… Cobrar, ¿para qué?

Pues está claro: para ganar mucho dinero con el que comprar por una animalada el siguiente becerro de oro.

Lejos quedan los tiempos en que el que suscribe íba a la vieja ciudad deportiva (ahora sustituida por cuatro enormes torres), saludaba a Manolo, el guardia de seguridad, que nos abría una valla, y aguardaba pacientemente en el parking a que saliesen Mijatovic, Suker, Raúl, Roberto Carlos, Redondo y el resto de futbolistas. Eran divos, olían a perfume de marca y conducían Ferraris. Pero también eran personas. Se paraban a saludarte, charlaban de todo un poco, había complicidad y una cierta camaradería. Sabían que había que estar a las duras y a las maduras, que si la cagaban les íbamos a criticar, pero también sabían que había un apoyo tácito, unánime. Lo que querías es que les fuese bien, porque aunque millonarios caprichosos eran buenos chavales. Con sus cosas buenas y malas, pero nunca te negaban el saludo o un par de líneas.

Luego todo cambió.

Se pusieron vallas que nos separaban. Se prohibió el acceso directo, se regularon horarios e intervenciones. Todo más serio, más profesional, más impersonal, más frío. Al tiempo, no sé si por causa-efecto o por simultaneidad, llegó el auge de fenómenos equidistantes pero igualmente repugnantes como el del periodismo de camiseta (ej: Tomás Roncero) o el del periodismo misión (ej: Diego Torres y sus tres años de cargante cruzada antiguo). Cuando pones distancia es más fácil odiar o idolatrar.

La sociedad también cambió. Llegó la crisis. La fiesta de despilfarro del fútbol, patrocinada por las televisiones, tocó a su fin cuando el grifo se secó. La burbuja estalló. La resaca que dejó era terrible, y uno de sus efectos ha sido que los clubes de fútbol deban 752 millones de euros a Hacienda. En un país con 7 millones de parados en el que chavales dejan de estudiar porque les han subido las tasas y hay discapacitados a los que les quitan la prótesis por no poder pagarlas, esto es inadmisible.

El fútbol ha disfrutado durante mucho tiempo de privilegios. Un espectáculo que sirve para tener a la gente distraída, puro circo, no podía ser menos en manos de nuestros cada vez peores gobernantes. Ahora sería un momento excelente para dar un paso atrás, para volver a acercar el fútbol a la gente, para recordar lo que hizo grande este deporte. Desde luego no fueron los contratos de imagen al 50%, ni las ahora desaparecidas toneladas de billetes de 500 €.

Y luego llega el Barcelona -que dice que no le debe nada a Hacienda, a pesar de que ha salido de muchos malos tragos con la ayuda de las instituciones y de que en sus cuentas figure una deuda con Hacienda de 48.000.000 de €- y le pone un avión a Neymar por 120.000 euros para que se venga con sus amigotes. Tratamiento de megaestrella para un chaval al que ya vas a pagar una pasta gansa. Malcriar a un muchacho que aún no ha terminado de madurar emocionalmente, enseñarle que él es el centro del mundo. Y mucho peor aún, el ejemplo que se da a la sociedad. El insulto que se hace los centenares de miles de aficionados del Barça, millones de aficionados al fútbol, que se levantan cada mañana soñando con salir del abismo del paro y escapar del fantasma de la crisis.

El chico se podía haber venido en un vuelo de línea. En primera, por supuesto, pero en el mismo barco que los demás. Algo que el fútbol no parece entender aún. Esto es sólo un ejemplo, pero no es un caso aislado. Ha llegado el momento de dar un paso atrás, de volver a la humildad, al esfuerzo, al sacrificio. Para ser ídolos de verdad, no marcas vacías con pies de barro.


junio 2013
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