En los últimos días se viene hablando del ascenso -o el marrón, según se mire- de Zinedine Zidane a entrenador del Real Madrid. Poco importa que al francés le falte una asignatura del segundo ciclo para obtener el diploma de técnico profesional: es algo que el madridista medio ve con buenos ojos.
La noticia salió como un globo sonda del seno de la junta directiva, en un movimiento claro para allanar el camino a esa opción en el caso de que el fichaje de Ancelotti no se produjese. Lo cual sería la mejor opción para el Real Madrid. El club blanco ha salido de una etapa lamentable -vive un momento de sequía de títulos, su prestigio está por los suelos y el desprecio de otras aficiones nunca fue mayor-, y tras la mediocridad maleducada del portugués sería interesante apostar por algo distinto, fresco, revolucionario. Poco hay de revolucionario en el fútbol ramplón y en las alineaciones “de manual” de Ancelotti, un tipo que ha ganado la Champions dos veces haciendo el fútbol más italiano que se pueda hacer.
Traer a expertos en catenaccio al estadio en el que más rápido se aburren los asistentes -que incluso se van 5 minutos antes, no importa el resultado-, es una insensatez de gran calibre. Pero Carlo tiene una gran virtud, y es que es de los que ponen la alineación que ven por la mañana en el Marca, y aquí paz y después gloria.
Zidane, por el contrario, no tiene historia como entrenador. Es un hombre tranquilo que sólo saca el carácter cuando le mentan a la familia. Fue un genio y es un ganador, un hombre que trataba el balón como al balón le gusta ser tratado, como el público de Bernabeu quiere y como la historia se merece. Su único baldón, muy recordado estos días por los culés en todos los ámbitos, es el famoso cabezazo a Materazzi. Me atrevo a decir, sin justificar esa acción, que en todo caso sería un punto a su favor. Ese carácter podría ser un aviso a navegantes por si alguno de sus futbolistas decide trasnochar en la discoteca o llega tarde a un entrenamiento.
Recordemos que poco mérito tenía Guardiola cuando se convirtió en primer entrenador, más allá de su impecable trayectoria como jugador. Y todos sabemos cómo terminó el asunto.
¿Podrá Florentino Pérez apostar, por una vez, por alguien de la casa, un hombre de dentro que ha vestido con orgullo la camiseta? ¿Se traerá a precio de oro -tremenda idiotez sería, por cierto- a un cerrajero devenido en futbolista? Lo sabremos en unos días. Pero en opinión del que suscribe, a falta de Klopps, buenos son Zizous.