Existen muchas clases de personas. Están los que van de frente y los que van por detrás. Están los que crean los problemas y están los que los evitan. Están los que quieren llegar en dos patadas al área y los que mueven la pelota hasta que te marean.
Existen muchas clases de personas. Están los que van de frente y los que van por detrás. Están los que crean los problemas y están los que los evitan. Están los que quieren llegar en dos patadas al área y los que mueven la pelota hasta que te marean.
Durante muchos meses de la famosa y encarnizada pelea entre guardiolismo y mouriñismo, un servidor se alineó en las filas de los segundos. Creí, equivocadamente, que tenía que haber forzosamente algo oscuro oculto tras el mensaje buenrollista de Guardiola. No es que merezca el altar en el que le colocaron los medios catalanes, ni tampoco era el ser sibilino y manipulador con el que nos quisieron enquistar los medios madridistas.
Con sus defectos, que no vienen al caso, Guardiola es, símplemente, un señor al que le gusta el fútbol.
Se marchó del Barça dejando el pabellón altísimo, tan alto que tardarán décadas en igualarle, pero no superarle, a no ser que se inventen más títulos además de los seis que ganó en un solo año. Es fácil pensar que se fue cuando intuía el final del ciclo, pero no parece que la cosa esté tan clara después de que los azulgrana hayan vuelto a conquistar la Liga y el Madrid dé signos de mayor debilidad que nunca. Es facilón, obvio y hasta de perogrullo remarcar que se va al Bayern de Munich, campeonísimo de Europa después de fregar el suelo con los cupés en el Camp Nou y en el Allianz Arena.
Pero esperen un momento. Eso Guardiola tuvo que haberlo visto hace casi dos años, cuando tomó la decisión. Cuando la información no estaba tan clara como la tenemos hoy todos los columnistas, que somos unos listillos y unos futurólogos increíbles a toro pasado. Así que apúntenle una al señor Guardiola.
Y también sería facilón pensar que claro, que lo ganó todo porque tenía a los mejores del mundo. Sí, claro, y también el Cosmos de Nueva York tuvo a Pelé y a Beckenbauer y todos sabemos lo bien que les fue. La herramienta es importante, pero la mano cuenta. Apúntenle otra al señor Guardiola.
Y también sería sencillo suponer que ahora, lejos de su entorno y de su casa, de unos medios entregados y una afición que le admira desde hace décadas, Guardiola lo va a hacer mal. Que pasará sin pena ni gloria, que fue sólo un chico que pasaba por allí. Y ante los ojos atentos y los oídos dispuestos de los que desean esto, Guardiola reapareció en su presentación como entrenador del Bayern hablando en un correctísimo -dicen- alemán, demostrando que no ha llegado a poner la cara sino a conquistar un espacio. Un respeto que se le ha hurtado por ser un chico de la casa en los años en los que esa casa llegó donde nunca se había llegado antes.
Apúntenle otra al señor Guardiola. O mejor dicho, a herr Guardiola. Viel Erfolg!*
*(Excepto en semifinales de Champions contra los equipos españoles. Tampoco lo cargues.)
Durante muchos meses de la famosa y encarnizada pelea entre guardiolismo y mouriñismo, un servidor se alineó en las filas de los segundos. Creí, equivocadamente, que tenía que haber forzosamente algo oscuro oculto tras el mensaje buenrollista de Josep Guardiola. No es que merezca el altar en el que le colocaron los medios catalanes, ni tampoco era el ser sibilino y manipulador con el que nos quisieron enquistar los medios madridistas.
Con sus defectos, que no vienen al caso, Guardiola es, símplemente, un señor al que le gusta el fútbol.
Se marchó del Barça dejando el pabellón altísimo, tan alto que tardarán décadas en igualarle, pero no superarle, a no ser que se inventen más títulos además de los seis que ganó en un solo año. Es fácil pensar que se fue cuando intuía el final del ciclo, pero no parece que la cosa esté tan clara después de que los azulgrana hayan vuelto a conquistar la Liga y el Madrid dé signos de mayor debilidad que nunca. Es facilón, obvio y hasta de perogrullo remarcar que se va al Bayern de Munich, campeonísimo de Europa después de fregar el suelo con los cupés en el Camp Nou y en el Allianz Arena.
Pero esperen un momento. Eso Guardiola tuvo que haberlo visto hace casi dos años, cuando tomó la decisión. Cuando la información no estaba tan clara como la tenemos hoy todos los columnistas, que somos unos listillos y unos futurólogos increíbles a toro pasado. Así que apúntenle una al señor Guardiola.
Y también sería facilón pensar que claro, que lo ganó todo porque tenía a los mejores del mundo. Sí, claro, y también el Cosmos de Nueva York tuvo a Pelé y a Beckenbauer y todos sabemos lo bien que les fue. La herramienta es importante, pero la mano cuenta. Apúntenle otra al señor Guardiola.
Y también sería sencillo suponer que ahora, lejos de su entorno y de su casa, de unos medios entregados y una afición que le admira desde hace décadas, Guardiola lo va a hacer mal. Que pasará sin pena ni gloria, que fue sólo un chico que pasaba por allí. Y ante los ojos atentos y los oídos dispuestos de los que desean esto, Guardiola reapareció en su presentación como entrenador del Bayern hablando en un correctísimo -dicen- alemán, demostrando que no ha llegado a poner la cara sino a conquistar un espacio. Un respeto que se le ha hurtado por ser un chico de la casa en los años en los que esa casa llegó donde nunca se había llegado antes.
Apúntenle otra al señor Guardiola. O mejor dicho, a herr Guardiola. Viel Erfolg!*
*(Excepto en semifinales de Champions contra los equipos españoles. Tampoco lo cargues.)