Siempre ha habido dos formas de ganar: respetando a tus rivales o minusvalorándolos. Cada uno tiene la suya y a mucha gente le ha ido muy bien con cualquiera de las dos opciones, más allá de que las personas compartan más una manera de ser u otra.
Sin duda Rafa Nadal, que ayer ganó su octavo Roland Garros, representa la primera. Cuando pierde admite que ha jugado mal o que su contrario ha sido superior. Pocas, por no decir ninguna vez, pone excusas. Tiene una comunicación siempre amable. Y, que yo sepa, no tiene detractor alguno en el mundo. Muchos le acusan de ser demasiado blanco en sus planteamientos. Yo, personalmente, le admiro profundamente, porque creo que es un ejemplo para la sociedad y que cuantos más valores positivos se transmitan desde aquellos que son referentes mejor será ésta.
Fernando Alonso es igual de campeón que el balear. Quizá más agresivo, aun disputando ambos deportes individuales, porque al final debe tener siempre la adrenalina alta para estar concentrado durante dos horas a más de 340 kilómetros por hora. Y para ser capaz de jugarse la vida adelantando a otro coche.
Sin embargo, hay muchas cosas en la que el primero supera al segundo. La primera es la autenticidad. Del mallorquín sabes que siempre puedes esperar un discurso inspirador, mientras que del asturiano éste solo puedes encontrarlo en las redes sociales. Como muchos deportistas de élite, cree que ser muy bueno en Twitter ya clarifica tu imagen, pero esta es un conjunto de muchas cosas. Y si cuando hablas dices cosas distintas a cuando escribes en un smartphone, es que lo que haces es una simple estrategia de comunicación, pero no un volcado claro y completo de tu personalidad.
Hay, además, otra cosa que me parece impropia de un campeón del Mundo. Fernando siempre ha sido un piloto agresivo, porque con coches inferiores ha tenido que realizar muchos adelantamientos, incluso estando ya en Ferrari. Y, sin embargo, cuando alguien joven, menos experto o con un monoplaza con menos nombre trata de adelantarle, casi siempre le dedica unas palabras (habitualmente cargadas de ironía) llenas de crítica. Como si él nunca hubiera sido un principiante o se la hubiera jugado más de lo debido para avanzar a un adversario.
Por eso siempre me creeré más a Nadal. Porque puede que alguna vez, como cualquier persona en el mundo, pegue un patinazo, pero en el 99% de las veces que le leo o escucho su discurso me parece homogéneo o auténtico. Mientras, nunca sé si el Alonso que proclama filosofía samurai y cercanía en internet es el real, o si realmente lo es el que menosprecia a cualquiera que ose intentar ponerse por delante suyo en una pista de asfalto.