Leo con alegría que Sergio Canamasas probará hoy un Caterham F1, con cuyos colores corre habitualmente en la GP2 y cuyo cumplimiento se enmarca dentro del programa oficial de desarrollo del equipo anglo malayo.
La oportunidad, que le llega en formato de test aerodinámico en tierras francesas, supone su primera toma de contacto con un coche de los ‘mayores’, con el fin de apoyar a la mejora y el desarrollo del CT03 en las próximas carreras del campeonato.
Sin embargo, su caso ya ha ocurrido antes. Y, aunque las circunstancias no eran las mismas, sí han acabado derivando en una única conclusión: que aquellos que se subían a un monoplaza como ‘premio’ acababan por no disputar carrera alguna en el Gran Circo.
Le tocó en su día a Borja García, que pudo subirse a un Toyota TF104 tras adjudicarse el título de la Fórmula 3 cuando contaba con solo 22 años. Pese a sus esfuerzos, esa fue la única ocasión en que condujo un bólido de esas características.
Como él tuvo su oportunidad un compañero de región de nacimiento y prácticamente de generación: Adrián Vallés, cuya opción fue tan fugaz como lo fue el paso de aquella escudería llamada Spyker por el olimpo de la velocidad sobre cuatro ruedas.
55 vueltas y 250 kilómetros recorrió sentado en un BMW Javi Villa sobre el asfalto del circuito de Jerez. No hace falta ya a estas alturas que cuente cómo acabó aquello, porque por el cariz de este post es fácilmente imaginable. Efectivamente, no fue el segundo asturiano en la historia de la competición.
Al final, muchos de ellos tenían talento de sobra para subir a la categoría definitiva. Y algunos, incluso, disponían del dinero suficiente, que es muchísimo, para dar el salto definitivo. Pero nadie consiguió su objetivo.
A ver si Canamasas rompe el gafe.