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Carlos Aganzo

El Avisador

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Además de por el culebrón de las cajas de ahorros, y por el cuentagotas inagotable de las malas noticias económicas, que han traído a las portadas de los periódicos ‘okupas’ y cierres de organizaciones de ayuda humanitaria, la penúltima semana de febrero ha estado marcada por uno de los proyectos políticos más ambiciosos de los últimos tiempos: la Agenda de la Población presentada por el presidente Herrera el pasado martes.

No es el objeto de este blog analizar los objetivos, las medidas ni los plazos propuestos por Herrera para este programa, pero sí reflexionar sobre ciertos puntos de partida de su discurso, algunos de ellos verdaderamente revolucionarios. Me refiero, sobre todo, a su oposición frontal a los cuatro grandes tópicos que, desde hace decenios, han impedido que los castellanos y leoneses miraran a su tierra con optimismo, incluso en momentos en los que la bonanza económica, de la mano de las ayudas europeas, estaba transformando esta tierra como no se recordaba casi desde que el oro de América empezó a llegar en el siglo XVI. A saber, el tópico de la despoblación, el del envejecimiento, el del tránsito de las gentes del campo a la ciudad y el de la fuga de cerebros de Castilla y León rumbo a otras geografías. Cuatro realidades que pueden, y seguramente deben, mirarse de otra manera. Sobre todo si no queremos que la crisis nos devuelva a un pasado oscuro que no tenemos tan lejano.

Observando estos cuatro asuntos de forma diferente, es decir, comparándolos no sólo con otras regiones españolas, sino también con el resto de las regiones europeas, el presidente de Castilla y León nos pedía a todos los ciudadanos de esta comunidad romper de una vez con los tópicos y afrontar nuestro futuro inmediato con dinamismo y optimismo. El tópico ha hecho vago al andaluz; pesetero, al catalán, y bruto, al vasco. Y al castellano lo ha convertido en un ser fundamentalmente pesimista, por no decir fatalista. Pero basta con viajar un poco para darnos cuenta de que, junto a los tópicos que aún perviven, hay otra vida moderna que ha sabido conservar lo bueno de las tradiciones, asumirlo y hasta exaltarlo, sin dejar por ello que determinados inmovilismos, presuntamente culturales, impidan que los hombres progresen y sigan avanzando en la historia de la Humanidad. Con todos sus retrocesos, sus tremendas contradicciones y, en ocasiones, sus horrores. Si el espíritu humano no hubiera sido capaz de superarlo todo, a veces con realismo, a veces con optimismo, siempre con determinación, hoy no estaríamos aquí para contarlo.

Decía Unamuno en su libro ‘En torno al casticismo’ que «España está por descubrir, y sólo la descubrirán españoles internacionales». Y yo creo que el aserto es perfectamente aplicable a Castilla y León. Castilla y León tiene unas potencialidades –culturales, lingüísticas, turísticas, ecológicas, comerciales, estratégicas…– que muchos no saben valorar, porque los árboles les impiden ver el bosque. Pero, lo digo de nuevo, basta con viajar un poco para darse cuenta no sólo de que en todos los sitios cuecen habas, sino también de que las habas que se planten con esmero en esta tierra pueden tener mañana sabor incomparable. El daño que ha hecho a Castilla un pesimismo que ya detectaron los hombres del 98, y que en los años de las grandes migraciones de posguerra creció hasta convertirse en un fantasma inconmensurable, debe restañarse más temprano que tarde. Ejemplos hay en nuestra historia de grandes emprendedores, soñadores e incluso aventureros que traspasaron los tópicos de su tiempo y se metieron de lleno en el futuro. Busquemos en este espejo, y no en las aguas estancadas y turbias de los tópicos.

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