AJorge Luis Borges se le atribuye la frase que afirma que «la democracia es el abuso de la estadística». Y es cierto. Algo parecido sucede con las encuestas: nunca sabremos si las encuestas responden a las percep ciones y a los estados de ánimo de los ciudadanos o si en realidad las percepciones y los estados de ánimo de los ciudadanos responden a la provocación de las encuestas. Y no digamos ya si nos toca comparar estadísticas con encuestas…
Esta semana, por ejemplo, las estadísticas nos decían que Castilla y León se había colocado por delante de otras comunidades autónomas en el primer trimestre de 2010 en el camino de la salida de la crisis, mientras que la última encuesta autonómica del CIS, precisamente la correspondiente a este mismo período, desvelaba que los castellanos y leoneses consideraban que nuestra región está en una peor situación económica que el resto. Lo cual no deja de ser lógico: cuesta creer que las cosas puedan ir peor, incluso bastante peor, en otros lugares de España secularmente más prósperos, como Cataluña o Levante. Según el barómetro del CIS, el paro, los problemas económicos, la falta de tejido industrial y la despoblación del medio rural son los problemas que más preocupan a los ciudadanos de Castilla y León, en una lista en la que la clase política y los partidos se sitúan ya en un inquietante quinto lugar.
Mientras en toda España colea el coqueteo del presidente del Gobierno con los nacionalismos, a raíz de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán, en Castilla y León las encuestas nos dicen que solo un 38, 6 por ciento de los ciudadanos están contentos aquí con el desarrollo actual de nuestro Estado autonómico, pero no porque pidan más autonomía, sino exactamente por lo contrario: el 24,4 por ciento de los encuestados preferiría un Estado con un único gobierno central, y un 14,6 aboga por un menor grado de autonomía, frente al 10,3 que prefieren un grado mayor. Y lo que es peor: el 60,4 por ciento de los encuestados está muy de acuerdo o bastante de acuerdo con la afirmación de que las autonomías han servido para fomentar el separatismo entre las diferentes regiones de España, frente al 24,7 por ciento de los que piensan que nuestro Estado autonómico ha favorecido la convivencia. Por cierto, que en eso del lenguaje la realidad que nos muestran las encuestas es también machacona: cuando a un castellano leonés le preguntan por España, prefiere hablar de su ‘país’ (67,8 por ciento) antes que de su ‘nación’ (14,2) o de su ‘Estado’ (13,7). Los constitucionalistas y los lingüistas tendrían que juntarse para reflexionar un poco más sobre ello, e incluso invitar a los políticos a la reunión.
A la reflexión mueve también que los encuestados se manifiesten muy orgullosos de ser españoles (55,9 por ciento), y algo menos de ser castellanos y leoneses (42,2), aunque las Cortes regionales estén mejor valoradas que el Congreso y el Senado, o aunque se perciba que la corrupción política nacional es mucho mayor que la local. Sólo el 66 por ciento de los encuestados sabe que Juan Vicente Herrera es el presidente de su comunidad, y no llega al 1,2 por ciento el número de los que siguen la información política a través de la televisión regional…
¿De dónde viene tanto desapego? Las encuestas no tienen un catálogo ade cuado de respuestas para preguntas de este tipo. En el reino de las percepciones, cada vez parece más difícil saber cuál es la realidad.