Hay artistas que nacen y mueren en una idea, en un hallazgo, en un marchamo presuntamente original. Y hay otros, en cambio, que a pesar de tener voz propia, un sello claro y diferenciador, nunca dejan de indagar, de abrir su arte al arte de los otros, de dialogar con estéticas diferentes o con manifestaciones artísticas distintas de la propia. Este último es el caso de Ángel Sardina (Ávila, 1946), un artista plástico que posee un lenguaje propio, una propuesta estética personal que, sin embargo, no le impide permanecer atento a ese milagro sobre milagro que es la colaboración entre creadores.
Durante buena parte del verano, el Palacio de los Serrano de Ávila ha acogido una muestra singular que ilustra muy bien esta vocación de Sardina por poner en relación la plástica y la palabra, a través de uno de los veneros más ricos y constantes de su trayectoria: los libros de artista. Sobre su propia percepción, tan sutil como poética, del mundo que le rodea, el artista abulense ha abierto sus sentidos para acompañar con sus imágenes plásticas (grabados, collage y estampas digitales iluminadas a mano) poemas de diferentes autores. ‘Cardià’, de Carmen Pallarés; una selección de las ‘Metamorfosis’, de Ovido; ‘El exhaustivo conocimiento de la nada’, de David Alberti, y las tres grandes obras de San Juan de la Cruz, el ‘Cántico espiritual’, la ‘Noche oscura del alma’ y la ‘Llama de amor viva’, son los protagonistas de esta exposición que vuelve a poner de relieve la capacidad de Ángel Sardina de construir, sobre la base de elementos mínimos, todo un pequeño universo de formas, colores y texturas.
Es necesario poner en relación el trabajo personal de Ángel Sardina con su labor como director del Taller de Grabado del Palacio de los Serrano, sede cultural de Caja de Ávila, de cuyos tórculos han salido ya algunos libros de autor verdaderamente excepcionales. Pero sobre todo parece imprescindible relacionar estos trabajos, realizados entre 2009 y 2010, con otras propuestas anteriores del artista como ‘Ser papel’ (1969-2004) o como ‘Papeles’ (2001), en las que ya quedaba de manifiesto el gusto de Sardina por los códigos secretos y por la connotación de los signos lingüísticos, siempre desde la perspectiva delicada y minuciosa de este artista en cuya obra parece latir siempre otra realidad.
Entre la textura de los mundos ‘cosidos’ con que Sardina ilustra los versos de Carmen Pallarés, los ritmos que transitan de la existencia a la nada en los poemas de David Alberti, las mutaciones que se producen en las imágenes de las ‘Metamorfosis’ de Ovidio o la enrevesada claridad con que se refleja la mística de San Juan, la arquitectura de los grabados de Sardina muestra la misma fuerza transformadora de las palabras a las que acompaña y que sublima. Un mundo de vibraciones poéticas y plásticas donde la sugerencia, la sutileza y el juego permanente entre lo velado y lo desvelado se muestra en toda su intensidad.