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Carlos Aganzo

El Avisador

José Emilio Pacheco y la sarnosa poesía

Desde que saltó a las primeras páginas de los diarios en 2009, ganando sucesivamente el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Cervantes, José Emilio Pacheco (México, 1939) se ha convertido, en muy poco tiempo, en una de las grandes referencias mundiales de la poesía escrita en castellano. El éxito mediático, como tantas veces sucede, ha servido sobre todo para cargar de trabajo y de tareas extraliterarias al gran poeta mexicano, incluso en detrimento de su producción poética; pero también ha valido, justo es reconocerlo, para que muchos lectores inquietos tuvieran la oportunidad de acercarse en ediciones ‘comerciales’ a una de las voces más personales y verdaderas de nuestra literatura, y también para rescatar obras y títulos no siempre fáciles de encontrar.

Éste es el caso, precisamente, de la Poesía Completa de Pacheco que, en pequeñas entregas, está publicando la editorial Visor, y cuyo segundo volumen, recientemente aparecido, incluye dos de sus poemarios más emblemáticos, ‘No me preguntes cómo pasa el tiempo’ (1964-68) e ‘Irás y no volverás’ (1969-72), escritos seguramente en el período en el que se inicia la etapa de madurez del poeta. La inspiración y la rebeldía, pero también la ternura, el humor, el asombro, la reflexión y el propio deslumbramiento poético se dan cita en estos dos libros, en los que llama la atención por igual lo heterogéneo de la materia literaria y lo unitario de la propuesta poética: descarnada, encendida, irreductible.

Porque José Emilio Pacheco puede hablar lo mismo de ciudades que de animales, de enamorados que de poetas místicos; puede medir los versos o desmedirlos, o directamente prescindir de ellos para pasar a la prosa poética; incluso puede desdoblarse, como Pessoa, en heterónimos que se llaman Julián Hernández, y son de Saltillo, Coahuila, o Fernando Tejada, de Tulancingo, médico cirujano que murió en Florencia «en circunstancias con aclaradas»… Pero siempre, por encima de las formas y de las fórmulas, continúa siendo José Emilio Pacheco.
Y sobre todas estas circunstancias y todas estas maneras diferentes de interpretar la misma vida, siempre la presencia de la herida, el ansia y el desasosiego del poeta, del militante en «esa perra infecta», en esa «risible variedad de la neurosis» que es «la sarnosa poesía». Lo mejor de la poesía mexicana y universal, con esa mitad de locura y esa otra mitad de metafísica que surge de la propia pulsión de la palabra, se da cita en estos dos libros de Pacheco, donde cada poema trata de empezar y de terminar en él mismo, buscando su propia expresión, su propia forma y su propio sonido.

«En la poesía
no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales».

Oficialmente, José Emilio Pacheco es el más internacional de los poetas integrantes de la llamada Generación Mexicana del 50, al lado de otros nombres como Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo o Salvador Elizondo. Los premios y el reconocimiento oficial le han convertido en una especie de icono de un tiempo donde la poesía, a ambos lados del Atlántico, brilló con luz propia. Volver a leer libros como éstos nos sirve para entender muchas cosas, pero sobre todo para reconocer, con ellos y con su autor, a todo un universo poético profundamente intenso y verdadero. «Nuestra época -dice el poeta- nos dejó hablando solos».

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