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Carlos Aganzo

El Avisador

Epicentro, Valladolid

He dejado bien a propósito pasar el tiempo, para ver qué dimensión real cobraba la polémica. Pero lo cierto es que a lo largo de toda la semana, allí donde he ido me ha tocado entrar en el circo. Así que no he tenido más remedio. Por el aspecto que tiene, la cosa aún va a seguir dando titulares en uno y otro sentido, al menos hasta que estos polvos se terminen fundiendo con los lodos de la campaña electoral pura y dura.

A mi leal saber y entender, con sus palabras sobre la recién nombrada ministra Leire Pajín, el alcalde de Valladolid ha cometido cuando menos tres errores. El primero de ellos es haber traspasado sin pudor la línea roja de la dialéctica, convirtiendo la crítica política, tan necesaria en nuestra convivencia, en un furibundo ataque personal que, de rebote, ha conseguido ofender al colectivo femenino más plural. El segundo, y quizás el más importante, es olvidarse de que cuando habla el alcalde, al menos cuando lo hace en público, es también en gran manera la ciudad quien habla, y de este modo no solo Javier León de la Riva, sino todo Valladolid ha sido señalado estos días por algunos de sus enemigos, que no necesitan de grandes ocasiones para manifestarse, con el agrio baldón del machismo. El tercero, de significado todavía incalculable, es haber terminado blindando, con apenas un puñado de palabras, a la que seguramente será la ministra que más descarnadamente represente las componendas de partido del presidente Zapatero, frente a la que debería haber sido su obligación de defender los intereses de gobierno de todos los españoles, desmontando de paso, con su torpeza, toda posible reacción de su partido ante una remodelación del Ejecutivo que nace desgraciadamente muerta: una muestra perfecta de lo que en publicidad se llama ‘efecto bumerán’. Esa reflexión es la que debería haberle hecho llegar su presidente nacional, Mariano Rajoy, por carta, por correo electrónico o por SMS, y ninguna otra más.

Pero incluso todo esto, con su gravedad que no es poca, habría terminado quedándose ahí, sin mayor trascendencia, si no hubiera surgido inmediatamente la segunda parte del concierto. A pesar de haber pedido perdón públicamente hasta tres veces, como le ocurrió según las escrituras a Pedro con su maestro (cierto que lo podría haber dicho más claro, pero desde luego no más alto), el alcalde de Valladolid ha seguido sufriendo durante una semana entera el fuego cruzado de sus rivales, desde las posiciones más variadas. El baile comenzó, y de qué manera, con la inauguración de la Seminci; pero los equilibrios de ministros, actores y gentes del mundo de la cultura para tratar de no darle la mano al anfitrión en la ceremonia de apertura fueron una broma comparados con todo lo que vino después, empezando por el propio Consejo de Ministros, que elevó el asunto de los «morritos» poco menos que a cuestión de Emergencia Nacional… ¿El resultado? Exactamente el mismo. El exceso en la reprimenda ha terminado convirtiendo en víctima al verdugo y, frente al martirologio mediático, muchos de los que un sábado le censuraron: «Alcalde, te has pasado», el sábado siguiente le estaban diciendo ya sin ambages: «Alcalde, estamos contigo». Es decir: más blindaje, y más ‘efecto bumerán’. Error de sistema.

Con todo esto, finalmente, ¿qué lección aprende la ciudadanía? Pues una vez más aquello del «calumnia, que algo queda». Exceso por todas partes. Espejo grotesco del esperpento político nacional, por desgracia esta vez con epicentro en Valladolid.

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