Una vieja superstición popular asegura que los doce primeros días del año nos servirán para saber cómo serán, de manera predominante, los doce meses que vendrán después. Enero sería pues, lluvioso, como el día 1; febrero, también húmedo y nublado, como el día 2, y hasta el día 3, es decir, hasta marzo, no veríamos con claridad el sol por estos pagos… Yo no sé cuánto de cierto podrán tener estas cuentas, pero sí sé que a partir de mañana, con la entrada laboral en 2011, cada día, cada semana, cada mes de este nuevo año van a ser determinantes para saber hacia dónde va nuestro país. En cuanto pase el puente de Reyes se habrán acabado las vacaciones de Navidad, y con ellas todo ese sopor entre fantástico y alucinante de las fiestas, un torbellino de hartazgo y embriaguez que, durante unos días, nos ha mantenido más pendientes de los buenos propósitos que de la cruda realidad que nos espera.
Efectivamente, será en marzo cuando, si todo va como está previsto, las trompetas del Estado llamarán a las elecciones municipales y autonómicas, que se deberían celebrar en mayo y que, a la vista de lo ocurrido en Cataluña, podrían traer sorpresas menores y mayores en el gobierno de nuestros pueblos, nuestras ciudades y la mayor parte de nuestras comunidades. Hasta entonces, sin embargo, enero y febrero van a ser meses cruciales no sólo para volver a mirar con lupa las cifras de la economía, sino también para despejar algunas de las incógnitas más inquietantes que se ciernen sobre el futuro inmediato del país. Los rumores sobre una posible intervención de la economía española no sólo no se han disipado con las fiestas, sino que han cobrado nuevos bríos estos días, a pesar de algunos movimientos claros del Gobierno para apuntalar las débiles bases de nuestro sistema, como el controvertido retraso en la edad de jubilación de los españoles, que ya tiene banderín oficial de enganche: la quinta del 62. Lo mismo sucede con la nutrida y variopinta lista de rumores y comentarios sobre la retirada del Presidente del Gobierno; ya hay quien le ha puesto fecha (octubre) a unas elecciones generales anticipadas, cuya convocatoria dependería únicamente de la oportunidad de Zapatero de anunciarlas antes o después de las municipales y autonómicas. Nadie sabe decir con certeza si tal anuncio jugaría a favor o en contra de las expectativas de los socialistas en esta primera cita electoral. Dentro de las propias filas del partido en el Gobierno los hay que piensan que es necesario acometer las reformas estructurales que nos exige Europa y después ceder el poder a los populares y los hay que opinan que es mejor hacer el traspaso cuanto antes, para que sean precisamente los populares quienes hagan el gasto de una serie de medidas que van a traer de la mano, sin lugar a dudas, la confrontación social.
Sea como fuere, 2011 despierta no sólo con el ruido que siempre trae consigo todo año electoral, sino también con el sonido ensordecedor de algunas grandes incógnitas que se abren sobre nuestro futuro inmediato. Sobre la inestabilidad del tiempo atmosférico, la lluvia fina de los indicadores económicos y políticos de cada día, de cada semana, de cada mes a partir de mañana mismo va a ser determinante para poder pensar si de verdad este nuevo año va a ser el del inicio de la recuperación, por lenta y costosa que pueda ser, o el del verdadero ajuste que necesita un país que se ha vuelto taxativamente insostenible. Y en este bullir de cifras y de datos, pero también de intangibles como la confianza, el optimismo o la voluntad de consenso para el cambio de rumbo, la voz de los ciudadanos, en la calle como en los medios de comunicación, va a ser determinante.