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Carlos Aganzo

El Avisador

Oído al parche

Empezó en Túnez y ahora sigue por Egipto. Y no tiene visos de detenerse. Es una nueva forma de rebelión que se basa en un arma mucho más poderosa que las bayonetas de la revolución francesa o las hoces y los martillos de la revolución rusa: la información. De hecho, si lo miramos bien, los grandes saltos del mundo a lo largo de la historia se han producido siempre al hilo de los grandes progresos de la información, desde la imprenta de Gutenberg hasta los SMS de Al Qaeda, pasando por la radio en las operaciones de la Segunda Guerra Mundial. La señal nos está llegando nítida y precisa, aunque algunos todavía se amparen en la sordera para evitar mirar a la realidad frente a frente. Los que sumamos más de veinte años podemos decir que tenemos el privilegio de estar viviendo un momento de la historia que no tiene parangón.

Los consultores y los expertos en ‘management’ (¿alguien se acuerda que ‘manager’ viene del castellano ‘manijero’, es decir, el que le abría las manijas de las carrozas a los nobles y a los poderosos de otro tiempo?) nos dicen ya sin ambages que “el mercado son las conversaciones”, es decir, que el futuro de las relaciones comerciales, y por lo tanto políticas y estratégicas, está en la fuerza de la comunicación; de la comunicación ligada a las posibilidades de las nuevas tecnologías. El propio Obama, que camina por la vida, el pobre, con el título oficial de ser el hombre más poderoso del mundo a cuestas, se ha labrado su propia leyenda a fuerza de eso: de conversaciones, de decirle a cada uno aquello que quería oír. Para que luego digan que la palabra está en declive. ¡Nada más lejos de la realidad! El pasado viernes, sin salir de casa, el presidente y candidato Juan Vicente Herrera se lo dijo a los suyos con la misma claridad que el agua de los manantiales de la Sierra de la Demanda: hay que acercarse a los ciudadanos “escuchando, más que hablando”. Hoy los ciudadanos hablan más que nunca, y aunque las nuevas tecnologías nos dejen al desnudo las miserias y las carencias de la ciudadanía, que son tremendas, también nos permiten ver con una enorme claridad sus gustos, sus tendencias… y sus requerimientos.

Buda, que descubrió el poder revolucionario de las palabras aunque no leía periódicos ni usaba Internet, ya nos dijo aquello de “hay de aquel que sus palabras sean mejores que sus hechos”. Lo mismo que San Pablo, que decía aquello otro de “por sus hechos los conoceréis”. Si los políticos de la Roma clásica mandaban a sus confidentes a darse un paseo por el foro para ver cómo respiraba la plebe, antes de preparar sus discursos y sus actuaciones públicas, los políticos del mundo globalizado pueden saber hoy con facilidad mucho, o casi todo, de lo que piensan aquellos a quienes representan, participando en las conversaciones que atraviesan el planeta de parte a parte, por las autopistas de la información. Escuchar primero, y actuar después en consecuencia, no son malas recetas, sobre todo cuando en España tenemos por delante unas elecciones tan importantes como las que se nos vienen encima en mayo. Los políticos, los profesores, los padres, los escritores, los periodistas, los pensadores…, todos debemos aprender esta lección elemental: hay que poner oído al parche (¿alguien recuerda que el parche al que se refiere esta expresión es el de los tambores que indican por dónde viene el ejército enemigo?). Hay que saber qué piensa el vecino para poder colaborar con él, pero también, como ha pasado en Túnez o en Egipto, para ser conscientes de que, a pesar de lo que nos digan incluso nuestras personas de máxima confianza, a veces los sueños de nuestros vecinos se parecen demasiado a nuestras pesadillas. Y creo que por hoy ya he hablado demasiado.

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