Cuando Jaroslav Seifert, Premio Nobel de Literatura en 1984, dejó escrito en sus memorias que Vladimír Holan era el mejor poeta de su generación, refiriéndose a él como «el ángel negro», lo cierto es que el gran poeta checo, recluido a lo largo de más de treinta años en su casa de la isla de Kampa, en el río Moldava a su paso por Praga, ya era un auténtico mito. Acusado de practicar un «formalismo decadente» por el régimen comunista de la Checoslovaquia surgida de la Segunda Guerra Mundial, Holan se recluyó voluntariamente en el exilio interior, lo que sirvió no sólo para cuajar una de las obras con mayor personalidad de la poesía europea del siglo XX, sino también para consolidar una iconografía literaria plena de misterio.
A Clara Janés, cuyo deslumbramiento al descubrir la obra de Holan le llevó no sólo a visitarle y a entablar con él una amistad que duró hasta la muerte del escritor, sino incluso a aprender el checo para poder comunicarse con él y leerlo en su lengua original, debemos ahora la publicación en un solo volumen, de la mano de Galaxia Gutenberg, de la que seguramente es la parte más importante de su poesía, escrita fundamentalmente entre finales de los años treinta y mediados de los sesenta del pasado siglo: ocho libros completos (‘Sin título’, ‘Avanzando’, ‘Soldados del Ejército Rojo’, ‘Miedo’, ‘Dolor’, ‘Una noche con Hamlet’, ‘Toscana’ y ‘Una noche con Ofelia’) y una selección de poemas pertenecientes a otros dos poemarios más (‘En el último trance y ‘Un gallo para Esculapio’).
Sin duda Holan, cuya negrura angélica nos abrasa sin quemarnos desde el primero hasta el último de los poemas de este libro de libros, tuvo suficiente con haber vivido el terror de la ocupación nazi entre el surgimiento de la Primera República Checoslovaca, cuando sólo tenía 13 años, y la opresión de la mordaza comunista, cuando acababa de cumplir los 43. Con todo este equipaje vital a las espaldas, su largo encierro le permitió después desplegar, entre las cuatro paredes de su casa, toda una colección de ángeles y demonios, fantasmas, incógnitas y temblores profundamente humanos, donde el fulgor de la gran poesía aflora a cada paso.
«Hace ya mucho tiempo –escribe Holan en uno de los poemas de ‘Avanzando’– que quieres escribir un poema / tan sencillo y diáfano que sería invisible, / que no estorbaría a nadie aquí, pero tal vez un ángel / lo leyera…» Con estas pocas palabras quizás bastaría para entender de qué manera sobre lo que cuenta Holan, a veces al hilo de las pasiones más leves del ser humano, se descubre ese «envés» metafísico que alcanza la dimensión más secreta y enigmática, y al mismo tiempo más intensa, del arte poético. O dicho con esos simples ‘Tres versos’ que componen uno de los poemas más certeros de ‘Sin título’: «Aunque tal vez nos adelantemos al conocimiento / la inspiración nos quitará la luz… / los muertos son realmente espacio». El vuelo del ángel negro sobre la más ardiente oscuridad.