De todos los militantes en la llamada poesía de la experiencia, una de las últimas y seguramente una de las más fecundas corrientes de la poesía española, Luis García Montero (Granada, 1958) no solo pasa por ser uno de los padres más genuinos de la fórmula, sino también el autor que con más verdad, más largueza de miras y más aliento poético ha representado esta propuesta, a la que se han sumado después nombres de todo pelaje y condición. La deslumbrante belleza de ‘El jardín extranjero’, con el que ganó en 1982 el premio Adonais y, sobre todo, la rotundidad de ‘Diario cómplice’, con el que el granadino se estrenó en Hiperión en 1987, le permitieron instalarse enseguida en la línea de la gran poesía, con un acento personal bien reconocido por los lectores y seguido muy pronto por émulos de todo pelaje y condición.
La aparición en 2008 de ‘Vista cansada’ (Visor), con el que el granadino celebraba su primer medio siglo de vida, y un par de años después de ‘Cincuentena’ (Hiperión), donde el propio escritor proponía una selección de los cincuenta poemas de toda su producción que le dejaban «más tranquilo», han marcado en cierta manera la culminación de un trabajo intenso que nos deja ver con nitidez la línea trazada por uno de los poetas más celebrados de nuestro tiempo. Un poeta que concibe la poesía, según sus propias palabras, como «la soledad del ser humano que reivindica la conciencia individual en un tiempo dispuesto a liquidar las conciencias individuales». Un equilibrio perfecto entre la búsqueda de la identidad personal, el gusto por detenerse «en las riquezas minuciosas e incontables de la realidad» y la necesidad de conversar con los otros, en el ejercicio puro de la poesía como comunicación trascendente.
Tres nuevos libros, con pie de imprenta fechado en este 2011 que acaba de cruzar la línea del ecuador, aparecen ahora, casi se agolpan en los anaqueles de las librerías españolas, para dar cuenta de este momento de culminación de la poesía de García Montero. De una parte, la reedición de ‘Vista cansada’, donde el escritor nos ofrece seguramente el perfil más íntimo de su poesía tras descubrir que «la vida no es un sueño». De otra, ‘Un invierno propio’, encuadrado en la colección Palabra de Honor, de la editorial Visor, donde el poeta incide en ese gusto por la palabra cuidada que pugna por atrapar el tiempo aun a riesgo de saber «la verdad, toda la verdad pero algo más que la verdad». Y, finalmente, ‘Ropa de calle. Antología poética (1980-2008)’, publicado por la prestigiosa colección Letras Hispánicas de Cátedra, que recoge una extraordinaria visión de conjunto de su obra glosada y desmenuzada por el poeta José Luis Morante.
Una fotografía fechada en Collioure en 2007, donde el poeta de Granada aparece depositando un ramo de flores ante la tumba de Antonio Machado, al lado de su mujer, Almudena Grandes («la única patria del peregrino», a la que están dedicados, por cierto, los dos títulos anteriores), y del recordado Ángel González, ilustra de nuevo en ‘Ropa de calle’ la continuidad de la mejor poesía española del siglo XX; una continuidad que, en su caso, enlaza el 98 con el 27, de la mano de Rafael Alberti, para situarse, en plena madurez poética, en los primeros pasos del siglo XXI. «El quehacer poético nunca fue vía de dirección única», dice Morante en el estudio crítico de esta antología, sino que es «una yuxtaposición de pasos que contribuye a renovar la tradición». O dicho con palabras del propio García Montero, tomadas a su vez de Blas de Otero: «La poesía es la voz del que se sabe vivo y mortal».