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Carlos Aganzo

El Avisador

La melancolía vital de Patricio Mor


La escultura en bronce de Álvaro Cunqueiro, sentado en un banco con la mirada perdida en algún detalle de la catedral de Mondoñedo, el lugar que le vio nacer hace ahora cien años, es la imagen pura de la melancolía. De Lugo, donde fue a estudiar Bachillerato y donde empezó sus primeros escarceos literarios de la mano de Ánxel Fole y Evaristo Correa Calderón, dijo que era una ciudad en la que se respiraba «la insondable nostalgia de la geórgica virgiliana», y de la iglesia de Santa María la Mayor de Pontevedra, la única catedral de España construida íntegramente con el dinero de los mareantes, dejó escrito que su fachada principal estaba patinada «por la mirada de los que llegaron en naves desde lejanos puertos, con la nostalgia de la villa natal».
Muy pocos autores como Cunqueiro representan la nostalgia, la ‘saudade’, el sentimiento de pérdida que parecen llevar siempre consigo los paisanos de Rosalía de Castro, y al mismo tiempo la vitalidad, la energía, el brillo y el gusto por la suntuosidad de la existencia que exige siempre la vida en Galicia. «Eiqui xaz alguén, que coa súa obra, fixo que Galicia durase mil primaveras máis» (Aquí yace alguien que, con su obra, hizo que Galicia durase mil primaveras más), dice el epitafio principal de su tumba, en el cementerio antiguo de Mondoñedo; y en otro lugar de la lápida, quizás menos visible pero igual de significativa, una frase extraída de sus incontables escritos: «Loubado seña Deus que me permitiu facerme home neste grande reino que chamamos Galicia”» (Alabado sea Dios, que me permitió hacerme hombre en este gran reino que llamamos Galicia).
A los veinte años, Álvaro Cunqueiro escribió un libro de poemas, ‘Mar ao norde’, que pretendía renovar la lírica gallega con una nueva fórmula donde la vanguardia se daba la mano con la huella de los viejos trovadores galaicos. «Ya no hay aquella simple / y turbia desnudez. / Tus muslos ya no huelen / a canciones agrestes. / Tus manos ya no tientan / la risa curva y acre. / Como si hubiese pleno oscuro». Sin embargo, y aunque la poesía nunca dejó de prestarle auxilio hasta para las prosas más comprometidas, el mejor Álvaro Cunqueiro fue el del artículo, el ensayo y el relato corto. Los descalabros éticos y estéticos de la primera mitad del siglo XX español le hicieron militar en Santiago, al lado de Torrente Ballester, en el Partido Galeguista, pero también en la Falange. En 1939 se fue a Madrid para trabajar como redactor en el diario ‘ABC’, hasta que en 1944 le retiraron el carné de periodista por su oposición al régimen de Franco, y tuvo que volverse a Galicia, lo que no le impidió que siguiera escribiendo, desde la prensa, una de las páginas más brillantes de la literatura española de su tiempo.
Como les ocurrió a tantos y tantos autores españoles, lo que no pudo decir con un género trató de decirlo con otro, y en los decenios de los cuarenta y los cincuenta cuajó una extraordinaria obra narrativa; el Premio Nacional de la Crítica, en 1959, a ‘Las crónicas del sochantre’, traducida del gallego, o el premio Nadal, en 1968, por ‘Un hombre que se parecía a Orestes’, en castellano, terminaron de forjar una carrera que lo colocaba al lado de los grandes autores gallegos plenamente integrados en la gran literatura española, como Ramón del Valle-Inclán, Rosalía de Castro, Torrente Ballester o Emilia Pardo Bazán. Aún así sus artículos, firmados con su propio nombre o bajo heterónimos tan celebrados como Patricio Mor, Álvaro Labrada o Manuel María Seoane, y publicados en periódicos como ‘El Progreso’, ‘La Voz de Galicia’ o ‘Faro de Vigo’, periódico del que fue director entre 1965 y 1970, constituyen también verdaderas piezas maestras del periodismo español en los vibrantes años finales de la dictadura.
Hoy recordamos a Álvaro Cunqueiro por su lucidez, por su mirada entre acerada y poética sobre los grandes y pequeños asuntos de su tiempo y, sobre todo, por su capacidad de disfrutar de la vida imponiéndose a las dificultades y a los desengaños. Un saber vivir que tuvo también una importante veta de expresión en la gastronomía; no en vano en este año de su centenario los paradores gallegos de Baiona, Santiago, Vilalba, Santo Estevo, Cambados, Ribadeo y Ferrol incluyen en sus cartas platos extraídos de ‘A cociña galega’, seguramente el más vendido de todos sus libros. Tendente, como buen gallego, a la melancolía, hizo sin embargo del canto y de la celebración un himno permanente de su existencia. «Qué es cantar –escribió- / sino saberse vivos para siempre. / Qué reírse / sino florecer desaliñadamente / igual que en los llanos / la manzanilla, / la coronilla, / el girasol. / En fin, qué es estar vivos / sino cantar reunidamente / abriendo y cerrando la estrella / de la certidumbre». Siempre Cunqueiro, grande entre los grandes.

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