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Carlos Aganzo

El Avisador

Joan Margarit: un tiempo para la tristeza protectora

Sin prisas, «con las manos a la espalda». O en los bolsillos. Tal como aparece, por ejemplo, en la fotografía que ilustra su perfil biográfico en la web que lleva su nombre, paseando por la arena de una playa de invierno donde el fulgor del tiempo se resiste a extinguirse frente a la orilla del mar. Así, con la levedad de un ave de paso, mirando a la muerte cara a cara, pero con inmensa serenidad. Igual que se mira a una vieja amiga que se hubiera instalado en nuestras vidas sin darnos cuenta… De esta manera se presenta el último libro de Joan Margarit, ‘No estaba lejos, no era difícil’, en realidad una versión bilingüe, publicada por Visor, de ‘No era lluny ni difícil’, que apareció en 2010 en la colección Ossa Menor de Enciclopèdia Catalana. A pesar de lo delgado de la escritura de Margarit, que alcanza en este libro la máxima precisión expresiva del maestro de cálculo de estructuras que nunca ha dejado de ser, resulta apasionante ir confrontando a cada paso el original en catalán con la bella propuesta del propio autor en castellano. Aunque desde los años ochenta el poeta ha volcado voluntariamente lo mejor de toda su vitalidad creadora en la lengua catalana, sin duda sus versos conservan en castellano toda la fuerza, la música y el poder de evocación de su gran poesía. Una poesía que se convierte en la mejor compañera del hombre que, pasados los setenta, habla de la vejez como de «un tiempo de pérdidas prudentes, necesarias»; un tiempo en el que el amor «por fin coincide con la inteligencia», como acierta a decir en el poema que da título al libro: «No estaba lejos, / no era difícil. Es un tiempo / que no me deja más que el horizonte / como medida de la soledad. / Un tiempo de tristeza protectora». Algo que no impide, por otra parte, que este extraordinario arquitecto de la palabra siga vibrando con la aventura de construir la belleza cada día, de hablar también de tú a tú con la poesía hasta llegar a decir de ella: «Cada vez que la toco, / me quema, helada, mientras continúo / lo que jamás termina: construir».

Hay mucho en este libro de sereno fluir del sentimiento entre los flashes de la memoria y la afirmación, personal y poética, frente a una sociedad «donde no cuenta ya más que el dinero»; «lo justo –dice el poeta– sólo para que me compre / alguna soledad parecida al amor. / Y que quizá sea el amor». Y hay mucho también, cuando el amor se traduce en «mirar por las ventanas / porque el pasado es una fiesta / para nosotros solos», de búsqueda de la dignidad del hombre frente al mundo y frente a las horas. Sin duda la dignidad es uno de los grandes protagonistas de este libro lleno de extraordinarias metáforas y de lúcidas ensoñaciones, pero también de un profundo arraigo en los más puros principios del ser humano. Tal vez el poeta, como el lector, se queda un rato largo, después de cada poema, con el eco de sus propias palabras resonando en su corazón y en su conciencia, igual que se queda, en el poema titulado ‘Cerrando el apartamento de la playa’, el «retrato de la muchacha con los ojos iluminados por una sonrisa» en la casa vacía hasta el próximo verano: «Todo el invierno sola y escuchando el mar».

Sobre las incertidumbres de la vida, al final el puñado de pequeñas certezas que atesora la edad madura. Cuando se sabe, sin otro dramatismo que el estrictamente necesario, que «la tierra prometida era la muerte», lejos del miedo o la desesperación lo que surge es un nuevo conocimiento que permite, «sin pesadumbre alguna, mirar aquella boca de claridad» a la que nos acercamos. Algo muy parecido a lo que nuestros mayores llamaban fe, y que en la poesía de Joan Margarit se torna en sensación y en conciencia viva y palpitante del destino del hombre: «Nietzsche se equivocó», dice el poeta: «Somos más fuertes / cuanto más débiles los mitos».

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