Es a don Miguel de Unamuno a quien debemos la invención del término ‘nivola’ para designar una nueva fórmula narrativa que, de acuerdo con la ruptura de las corrientes literarias de principios del siglo XX, trataba de superar los cánones de las viejas novelas decimonónicas. La pulsión poética del pensador y autor de ‘Niebla’, ‘Amor y pedagogía’ o ‘Abel Martín’, todas ellas encuadradas en este nuevo ‘género’, le llevó a buscar una manera diferente de narrar donde el contenido se rebelara contra la dictadura de la forma, y donde el diálogo, o el pensamiento, se impusieran a la necesidad de crear un ambiente realista, definir minuciosamente la psicología de los personajes y recurrir de manera perpetua al narrador en tercera persona. «Voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá (…) Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo», escribe en el capítulo XVII de ‘Niebla’ (1914).
Desde entonces la ‘nivola’, es decir, la novela del siglo XX, logró construir durante la pasada centuria un extraordinario edificio literario capaz de cautivar a millones y millones de lectores, a pesar de que esta libertad formal, proclamada sobre todo por los escritores de principios de siglo, a veces llegó al límite de lo soportable. Yo confieso que para leerme en su día el ‘Ulysses’ de Joyce, sin duda una de las ‘novelas’ que más me han impresionado, tuve que recurrir, después de dos intentos, al truco que me recomendó una buena amiga: empezar de atrás hacia delante, como hacen una buena parte de los lectores de periódicos. Y nunca se lo agradeceré lo suficiente.
Las novelas policíacas; los grandes títulos del realismo mágico y la novela iberoamericana; las novelas románticas y de aventuras de todas las categorías, y los ‘best-sellers’, un subgénero con sus propias técnicas, basadas en captar la atención del lector página a página y párrafo a párrafo, con independencia del desenlace final, han convivido con centenares de novelas ‘de autor’, donde cada escritor ha tratado de buscar su propia fórmula con mayor o menor acierto. A todas ellas hay que sumar la avalancha de la novela histórica, que en los últimos decenios del siglo XX y los primeros años del XXI ha logrado convertirse en un verdadero fenómeno de masas.
Es cierto: frente a la propuesta creativa y literaria de Unamuno, las novelas del siglo XX antes que romper las reglas del juego de la narrativa decimonónica lo que han hecho es perfeccionar la fórmula, adecuándola a los gustos de los hombres y mujeres de su tiempo. Y permitiendo descubrir al paso, eso sí, a algunos de los más grandes escritores de la historia, cuyas obras han funcionado como elementos transformadores del alma humana. Desde Gabriel García Márquez hasta Miguel Delibes. Desde Julio Cortázar hasta James Joyce o Thomas Mann.
¿Y qué espacio le queda a la novela en el siglo XXI? Lo cierto es que al lado de fenómenos extraliterarios como el de la saga de ‘Harry Potter’, que en solo diez años vendió cuatrocientos millones de libros (ahora se calcula que va por los mil) y se tradujo a 65 idiomas, la novela, en cualquiera de sus divisiones, sigue siendo el género preferido por los lectores de todas las culturas y de todas las edades. A su lado, además, se han colocado en los últimos años los relatos y los microrrelatos, más cerca de la necesidad de una buena parte de los lectores de disponer de elementos de lectura rápidos e intensos, que no exijan tanta dedicación lectora como las grandes novelas ‘tradicionales’. A pesar de lo que dicen los agoreros, al lado de la ‘novela exprés’, la de uso y consumo perentorios sin más pretensiones que la de entretener o evadir durante un rato, cada vez que surge una propuesta interesante hay millones de personas ávidas por entrar en su mundo. Si todos los lectores siguen el camino de mi hijo de trece años, que comenzó con JK Rowling, ahora va por Agatha Christie, Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán, y ya tiene en la mesilla de noche su primer García Márquez, creo que estamos salvados.
Al final, un siglo después, volvemos a lo que decía Unamuno: «¿Qué es eso de que ha pasado la época de las novelas? (…) Mientras vivan las novelas pasadas vivirá y revivirá la novela. La historia es resoñarla».