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Carlos Aganzo

El Avisador

Ramón Gaya y el genio español

El genio, en España, no parece tener continuidad. «En todo lo español decisivo encontramos esa condición dura, inhóspita, de lo irrepetible; es más bien como un defecto del genio español, casi una impotencia, una imposibilidad de sucederse». Cuando escribió estas palabras, a su llegada a París en 1952, después de trece años de exilio mexicano, Ramón Gaya trataba de ilustrar el llamado «milagro español», es decir: la capacidad probada de los creadores españoles para sacar adelante su obra a pesar de las guerras, las persecuciones o las calamidades. Pero perfectamente podría estar hablando de sí mismo.

Pocos artistas como Ramón Gaya, plenamente encuadrado –por amistad y por analogía ética y estética– en la Generación del 27 a pesar de ser unos años más joven, representa con su vida y con su obra la cultura de una España partida en dos por la guerra civil y el largo fantasma del franquismo. Como pintor y escritor se estrenó con Jorge Guillén, cuando éste se incorporó a la Universidad de Murcia al tiempo que fundaba, al lado de Ballester y Guerrero Ruiz, la revista ‘Verso y prosa’. De la mano de Manuel Bartolomé Cossío, pero por recomendación de Pedro Salinas, se enroló en la aventura de las Misiones Pedagógicas. Fue colaborador de la revista ‘El mono azul’, órgano de expresión de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Y figura entre los fundadores de la mítica ‘Hora de España’, con cuyo grupo cruzaría la frontera catalana tras la caída de la República, y se embarcaría, después de pasar por un campo de concentración francés, en el ‘Sinaia’, el buque que les llevaría a todos al exilio en México.

Ramón Gaya perdió a su mujer, y con ella una parte esencial de su vida, en el bombardeo de Figueres; pero salvó a su hija, de la que se hizo cargo el pintor Cristóbal Hall, al que había conocido en Murcia. En México rehizo su vida, y antes de regresar a España, lo que fue siempre su anhelo, vivió también su exilio europeo, con estancias en París y, sobre todo, en la Roma de María Zambrano o Rafael Alberti. Una vez instalado en España, entre Barcelona y Valencia, vivió también una intensa y dilatada amistad con Bergamín… Media historia de relación con la mejor literatura española del siglo XX.

El dolor de la guerra y la experiencia del exilio transformaron por completo la manera de pintar de Ramón Gaya. Pero aunque él presumió siempre de no estar vinculado a ninguna de las grandes corrientes artísticas de su tiempo, lo cierto es que supo, en su independencia, seguir siendo fiel a la gran tradición de la pintura española. Pintor prematuro, enseguida se despegó de la influencia de los pintores ingleses (Hall, Tryon, Japp) que llegaron, como una bocanada de aire fresco, a la Murcia de los años veinte, lo mismo que su paso por París no le dejó otra cosa que una cierta decepción ante las vanguardias de su tiempo. Sus grandes fuentes de inspiración fueron, en realidad, Velázquez y la gran pintura del Museo del Prado, que descubrió gracias a una beca del Ayuntamiento murciano cuando solo tenía 17 años. En plena efervescencia de la República, Ramón Gaya, junto con los pintores  Eduardo Vicente y Juan Bonafé, ganó el concurso nacional para realizar las copias de algunos de los grandes lienzos del Prado que formarían el Museo del Pueblo, viajando después por toda España, al lado de otros artistas, para mostrar en todas partes este tesoro.

Aunque durante su estancia mexicana llegó a cuajar la que quizás sea su etapa más íntima y personal como artista, combinando el homenaje a los grandes pintores de la historia con una expresión muy cercana a los maestros del arte oriental, una y otra vez, a lo largo de su obra, se repiten las referencias a Velázquez y a los pintores del Prado. En 1963 su ‘Velázquez, pájaro solitario’, que condensa la esencia de todo este sentimiento pictórico, obtendría en Italia el premio ‘Inedito’. Y en 2002 el Ministerio de Cultura de España estrenaría con él el Premio Velázquez de las Artes, el más alto galardón concedido a un pintor.

De Velázquez a Goya, o de Cervantes a Juan Ramón, la cultura española se ha forjado desde la individualidad y la lucha contra las dificultades, pero pasando siempre por el reconocimiento de los grandes orígenes de nuestro arte.  «Para el creador –decía Ramón Gaya en una de las últimas entrevistas de su vida– no hay término conocido ni lo habrá nunca. Se trata de terminar esta vida y esta vocación en algo vivo, es decir, en algo completamente original, naciente. Es decir, en vez de llegar a una maestría, donde hay que llegar es a un principio».

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