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Carlos Aganzo

El Avisador

El surrealismo 'gallego' de Eugenio Granell

Sin duda nunca pensó, cuando llegó a Madrid con 16 años para estudiar en el Conservatorio, después de haber creado en Santiago, un año antes, la revista ‘SIR’ (Sociedad Infantil Revolucionaria), que su obra plástica se colgaría en alguno de los museos más importantes del mundo. De hecho, el de Eugenio Granell es uno de esos casos de vocación tardía, o más bien de niebla a la hora de elegir, entre tanta vocación, su verdadero camino artístico. Si Lorca fue un pianista que triunfó como poeta y dramaturgo, y Alberti un dibujante al que la poesía atrapó para siempre, Eugenio Granell quiso ser escritor, músico y periodista revolucionario, quizás por este orden, hasta que el mazazo de la guerra civil le llevó a descubrir otro mundo, dentro y fuera de sí mismo.

No se ha estudiado con la suficiente profundidad (o al menos no se ha difundido el estudio con la generosidad necesaria) la ebullición cultural de las provincias españolas en los tres primeros decenios del siglo XX, como preludio a esa construcción del Madrid y la Barcelona de la República, donde chocaron tantos talentos con tan desaforados talantes que terminaron por provocar un cataclismo. En Galicia, uno de esos hervideros culturales fue la ciudad de Santiago, animada por una Universidad en la que las nuevas ideas se debatían con especial intensidad. Ese fue el caldo de cultivo en el que se constituyó, en 1931, la Federación Gallega de Grupos de la OCE (Organización Comunista de España), que a comienzos de 1932 se rebautizaría como ICE (Izquierda Comunista de España) y que, en Galicia, terminaría siendo el semillero principal del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), en cuya representación madrileña Eugenio Granell tendría un papel de especial representación. Sus artículos de corte trotskista en ‘La Nueva Era’, ‘La Batalla’ y ‘El Combatiente Rojo’ le convirtieron en punto de mira tanto de los nacionales como de los últimos gobiernos de la República.

La historia del POUM, del secuestro y el asesinado de Andreu Nin, de la revolución dentro de la revolución y de la represión que sufrieron los marxistas heterodoxos en tiempos de Negrín sí ha sido suficientemente reseñada por los historiadores. Pero en lo que importa a la pintura, lo cierto es que Eugenio Granell llegó anímicamente malherido al exilio de la República Dominicana, donde la luz, la compañía de amigos como Vela Zanetti y Josep Gausachs y su propia transformación personal le llevaron a convertirse en artista plástico ya pasados los treinta años. Aunque él dijo que, desde niño, «dibujaba arquitectura y castillos fantásticos», lo cierto es que cuando conoció la pintura de los surrealistas su mundo intelectual sufrió una verdadera revolución: la fuerza telúrica de su Galicia natal, donde hombres, árboles, animales y seres imaginarios conviven en absoluta libertad, se mezclaron con los preceptos del surrealismo europeo y con las imágenes y los colores de América, y dieron un nuevo sentido a su necesidad de expresión. Cuando, en 1959, André Bretón organizó su mítica exposición de ‘Homenaje al Surrealismo’, Eugenio Granell ya figuraba por derecho al lado de Salvador Dalí, o Joan Miró. Las etapas posteriores que siguieron al exilio dominicano, por Guatemala, Puerto Rico, Nueva York, y de nuevo España, no hicieron sino permitir el crecimiento de un artista tan heterodoxo en su pintura como en la configuración de su pensamiento. Un universo propio, forjado a base de poesía y experiencia vital, que se sitúa definitivamente entre las páginas imprescindibles del surrealismo español.

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