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Carlos Aganzo

El Avisador

Tagore o el diálogo de las culturas

En la abundante y generosa historia de la literatura india, no ha habido nunca un escritor con la capacidad de influencia internacional que ha tenido Rabindranath Tagore. Al tiempo que el Gurú del Amor se desplazaba por Europa o América para celebrar sus míticos encuentros con Albert Einstein, Thomas Mann, H.G. Wells o George Bernard Shaw, Bengala, la región del noreste de la India donde el Nobel nació y vivió, se convertía en una referencia cultural y espiritual a la que peregrinaron intelectuales y artistas de todo el mundo en busca de ese ‘algo más’ que se percibía a través de la literatura de Tagore.

Mucho tuvo en ello que ver, sin duda, la transmisión de su obra a través de la lengua inglesa y de la inmensa fortaleza cultural del imperio británico –frente al que el escritor, por cierto, fue rebelde por la causa de la independencia india–, pero también el propio renacimiento cultural de Bengala, en un movimiento que traspasó con mucho las fronteras de este territorio hoy repartido entre la India y Bangladés. La actual Universidad Visva Bharati, en Shantiniketán, instalada sobre la ‘brahmachari’ o escuela brahmánica que fundó Tagore en los inicios del siglo XX, recuerda no solo el alto espíritu cultural que tuvo en su tiempo, sino también a los miles de estudiantes, músicos, escritores, investigadores y artistas venidos de todos los rincones del planeta que acogió en sus instalaciones. Aquí invirtió Tagore el dinero del Premio Nobel de Literatura, y aquí llegó en 1901, procedente de Shelaidaha, en la actual Bangladés, donde había vivido en una gran casa-barco sobre el río Padma como administrador de los bienes de su familia. Traía, además de su propio bagaje artístico e intelectual, la herencia espiritual de su padre, el príncipe Debendranath Tagore, fundador al lado del rajá Ram-mohun Roy del movimiento social y religioso Brahmo Samaj, que revolucionó la Bengala de finales del siglo XIX.

Al hablar de esta institución, y del espíritu de su proyección mundial, resulta inevitable recordar en España la figura de Zenobia Camprubí, la primera traductora de Tagore al español a partir de las versiones que él mismo hizo de su obra al inglés, y su capacidad de transformación y de influencia en la poesía española a través de la obra de Juan Ramón Jiménez. Y sobre todo resulta inevitable recordar esa gran línea de diálogo mundial de la cultura nacida en el tránsito entre los siglos XIX y XX, y prolongado durante buena parte de la última centuria, en la que destacaron otros personajes tan carismáticos como su gran amiga la argentina Victoria Ocampo. Si en la escuela de Shantiniketán, junto a los estudiantes bengalíes que venían a pasar la primera de las cuatro etapas de la vida de un brahmán o sacerdote hinduista, se dieron cita personajes de todo el mundo, por Villa Ocampo, la emblemática casa refugio de la escritora argentina, además de Tagore pasaron también personalidades como Albert Camus, Graham Greene o la española María de Maeztu, la directora de la Residencia de Señoritas, versión femenina de la Residencia de Estudiantes de Madrid; unaorganización, por cierto, incardinada plenamente en el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, expresión española del movimiento cultural internacional de la época. Los doce mil volúmenes de la biblioteca de Villa Ocampo, cinco mil de ellos en francés y el resto mayoritariamente en inglés y castellano, son el testimonio de este gran diálogo de culturas que tuvo en Rabindranath Tagore, en sus barbas blancas y en sus extraordinarios poemas sobre el hombre y su relación con el mundo y la naturaleza, uno de sus gurús más destacados.

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