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Carlos Aganzo

El Avisador

El 'camino no elegido' de Edward Thomas

Es tradición que los escolares estadounidenses se aprendan de memoria el poema de Robert Frost ‘The road not taken’ (‘El camino no elegido’), que pone en evidencia la secular facilidad del ser humano para equivocarse. Sin embargo, muy pocos de ellos saben la verdadera historia que se esconde detrás de estos versos. La historia de la amistad de dos grandes poetas a los que separó la guerra para siempre. Uno de ellos, el propio Robert Frost (San Francisco, 1874-Boston, 1963), vivió una existencia larga y fecunda, y terminó convirtiéndose en uno de los padres de la poesía moderna norteamericana; el otro, el británico Edward Thomas (Londres, 1878-Arras, Francia, 1917), decidió alistarse en el ejército inglés en el curso de la Primera Guerra Mundial, y murió en el campo de batalla, truncando, antes de cumplir los cuarenta, una de las carreras literarias más brillantes de su tiempo.

Frost y Thomas se conocieron en Londres en el año 1913. El primero había llegado a la capital británica un año antes, y allí conseguiría publicar sus dos primeros libros. El segundo, cuatro años más joven, ya era a la sazón un prosista inspirado y un crítico literario reconocido que, según sus biógrafos, ya había escrito «algo más de un millón de palabras sobre unos 1.200 libros». De hecho, fue el propio Frost el que animó a Thomas a que sacara el poeta que llevaba dentro; según recordaría después, en ese momento el inglés «estaba escribiendo poesía igual o mejor que la de cualquier poeta vivo, pero en forma de prosa». A ambos les unían muchas cosas: su amor a la palabra, su búsqueda de la sencillez a través de la profundidad y, sobre todo, su concepto de la naturaleza y del paisaje como metáforas del ser humano y su misterio. En apenas dos años, Edward Thomas escribió 142 poemas que están considerados como verdaderos precursores de la nueva poesía inglesa tras la Gran Guerra.

¿Qué le llevó a Thomas a tomar por el ‘camino no elegido’ y sacrificar su vida en la más cruel y devastadora de las guerras modernas? Quizá, como escribió Wilfred Owen, otro ‘war poet’ de su tiempo, «sentir que estaba perpetuando el idioma en el cual Keats y el resto escribieron», o tal vez, como le contestó él mismo a su amiga Eleanor Fajeon tomando un puñado de tierra en sus manos, «literalmente, por esto». Al leer ahora, un siglo después, estos poemas que publica Linteo de manera unitaria por primera vez en castellano, uno se da cuenta enseguida de hasta qué punto fue sincero ese amor por la tierra, esa devoción por el paisaje, esa comunión casi mística con la naturaleza que Thomas dejó escrito en ellos. Un paisaje cantado que nos deja la imagen encendida de una Inglaterra casi romántica que ya nunca volvería a ser la misma después de 1918.

Tan estremecedor como el poema ‘Un soldado raso’, que recupera el recuerdo del paisaje íntimo de un humilde labrador muerto en el campo de batalla, lejos de casa, resulta el universo de sensaciones que transmite el poema ‘Cavando’, donde casi podemos sentir las fragancias y olores de las hojas muertas al ser removidas por la pala: «Es bastante / poder oler, desmenuzar la tierra oscura, / mientras el petirrojo canta una y otra vez / canciones tristes del júbilo de otoño». O el devastador desasosiego que deja en sus compañeros la palabra «hogar» cuando la pronuncia un soldado que marcha con su pelotón sobre la nieve…

Entre los versos más bellos, también los que dedica el poeta a la ‘herencia’ que sueña con dejar a su familia: ríos, montes, prados, parajes e imágenes familiares que son ya pasado antes casi de ser presente. A su hija menor le lega simbólicamente «su propio mundo / y su rostro espectacular con el pelo suelto, / que desea mil cosas pequeñas / que el tiempo trae sin satisfacción»; a su mujer, «días hermosos, libres de preocupaciones / y ánimos para gozar de lo sórdido y de lo bello». A él mismo, «si pudiera encontrar / dónde estoy escondido», la canción del viento, la caricia de la lluvia, «una pura palabra de tordo».

Pudo pasar la guerra en Estados Unidos y regresar después a Inglaterra para comprobar hasta qué punto era cierto que todo aquel mundo ya estaba perdido sin remisión posible. Pero eligió en su lugar el campo de batalla. O como lo escribió su amigo Frost en su célebre poema: «Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, / yo tomé el menos transitado, / y eso hizo toda la diferencia».

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