Escribe Cortázar: «A qué viene la noche si no es buscando pájaros. Sobre la profundidad que abraza mi balcón, asisto sin palabras a la marea ciega y astuta, a sus lápices infatigables, al pausado latido concéntrico de su corazón. Por eso he abandonado el sueño». Podría ser esta una poética, la declaración de principios de uno de los más creativos autores que ha dado la lengua castellana en toda su historia: la vigilia nocturna como ejercicio ritual para entrar en el sueño de las palabras que brotan del interior. La noche escribe a Cortázar y Cortázar escribe en la noche sus poemas en prosa, sin duda el núcleo esencial de toda su literatura.
Tal vez ‘Rayuela’ figure entre las ‘novelas’ más relevantes y representativas de la pasada centuria. Tal vez la más universal de las obras de Cortázar, un artefacto literario construido a base de pequeños relatos en prosa poética, susceptible de ser leído al completo de una manera o de otra, o de ninguna, se archive en los anaqueles con el mismo rótulo que ‘La montaña mágica’ o ‘Cien años de soledad’. Pero lo cierto es que en Cortázar la distancia larga de la ‘novela’ solo puede entenderse desde la distancia corta, a veces cortísima, del relato y la poesía, los géneros en los que mejor da muestra de su genio creador.
En otro de los grandes hitos de su producción novelística, ‘62 modelo para armar’, ya desde el mismo título Julio Cortázar predica su vocación constructora de grandes piezas sobre la base de otras más pequeñas, cada una con su sentido, su magia, su fuerza, su intensidad… Cada una como una pequeña obra de arte en sí misma. Poema sobre poema hasta la novela final. El secreto de una literatura que nos atrapa.
Entre los muchos tesoros que trajo la reciente celebración de los 25 años de la muerte de Julio Cortázar, se encuentra la publicación del libro ‘Papeles inesperados’ (Alfaguara, 2009), una colección de textos inéditos hallados en su mayoría «en una vieja cómoda sin revisar», editados y organizados por Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Entre ellos hay de todo: versos y prosas, relatos y cronopios, y hasta una pequeña autoentrevista frente al espejo, burla quizás de las dificultades que tuvo Cortázar con un sector de la prensa empeñado siempre en manipular sus declaraciones. Un acopio de papeles misceláneos que, lejos de traicionar la memoria o la voluntad del autor de ser o no ser publicados, abundan en su carácter poliédrico y, sobre todo, en su maestría para jugar con las distancias, escapando de los cánones de cualquier género al uso. Casi una improvisación jazzística, al más puro estilo cortazariano.
El seudónimo de Julio Denis le sirvió en numerosas ocasiones a Cortázar para superar el pudor que le producía escribir poesía en verso. Sin duda su primera publicación, el poema dramático ‘Los reyes’ (1949), dista mucho de la profundidad de campo y de la belleza que el escritor parisino-argentino fue consiguiendo con el paso de los años, lo mismo que su primera novela, ‘Divertimento’, apenas se presenta como un apunte de lo que después serían su grandes aportaciones a la literatura de su tiempo. Pero resulta indudable que, ante todo y sobre todo, Cortázar ha sido un maestro insuperado en el manejo de la poesía en prosa. Ahí están, siempre, sus ‘Historias de cronopios y de famas’, ‘Un tal Lucas’, o ‘Último round’. Aún con todo, cuando Cortázar se soltó la coleta y quiso hacer también poesía en verso no lo hizo nada mal (‘Presencia’, ‘Salvo el crepúsculo’), como no lo hizo mal tampoco cuando le tocó componer tangos o canciones. Entre estos ‘Papeles inesperados’ que don Julio guardaba en su vieja cómoda, desechados, perdidos o, simplemente, esperando su oportunidad, no faltan algunas joyas que lo demuestran. Cabe aquí citar este pequeño poema que, de nuevo, valdría como una poética completa sobre su literatura extraordinaria:
Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
La prueba evidente de que Cortázar siempre está por descubrir.