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Carlos Aganzo

El Avisador

Albert Camus, la leyenda de Ayax el rebelde

Cuando Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1957, tenía 44 años. A pesar de su juventud, Camus era ya un viejo escritor y pensador francés, que lo había visto todo y que había pasado por todos los deslumbramientos y decepciones que marcaron la primera mitad del siglo XX en Europa: el tiempo del esplendor y la caída de las grandes ideologías. Algo que supo ver incluso por delante de su maestro y, durante un tiempo, polémico rival, Jean-Paul Sartre, quien rechazó ese mismo galardón siete años después. Sartre reprochaba a Camus su rebeldía «deliberadamente estética», y Camus se escurría de la pertenencia a cualquier tipo de militancia ideológica general en aras de un individualismo y una independencia radicales. Lo decía quien había salido del Partido Comunista antes de cumplir los 25 años, quien había sido articulista de los periódicos anarquistas ‘Le Libertaire’, ‘La Révolution Proletarienne’ y ‘Solidaridad Obrera’ (de la española CNT), y quien se había mostrado igual de beligerante con el catolicismo que con el marxismo, siempre en reivindicación del lado más humano del ser humano.

«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (…) Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es». Así justificaba Camus su ensayo publicado en 1951 ‘El hombre rebelde’, que llevaba un curioso y determinante segundo título: ‘Ayax el inmortal’, en referencia al único héroe de la guerra de Troya que supo vencer y salir adelante por sus propias virtudes humanas, sin ayuda ninguna de los dioses del Olimpo. En esta decidida apuesta por el ser humano, él mismo ya había dado un paso de gigante entre el existencialismo casi nihilista de ‘El extranjero’ («No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar») y el humanismo contestatario de ‘La peste’ («No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo»). Junto a las novelas, los ensayos y las obras de teatro, los artículos periodísticos de Albert Camus son también una buena manera de conocer su pensamiento, determinado profundamente por la amarga experiencia de las guerras europeas. «¡La Tierra! En este gran templo desertado por los dioses, todos mis ídolos tienen los pies de barro», escribe ya en ‘Bodas’ (1939), una recopilación de artículos de su primera juventud. Antes de cumplir los veinte, cuando vivía en Argelia, ya escribía en la revista ‘Sud’; después trabajaría para el ‘Diario del Frente Popular’, que terminaría siendo cerrado por el gobierno, lo que propició que tuviera que mudarse a París para buscar una nueva vida. Allí encontraría espacio en ‘Paris-Soir’ y, sobre todo, en ‘Combat’, órgano de la Resistencia francesa, del que fue director recogiendo el relevo de Pascal Pia, con quien ya había trabajado en ‘L’Alger Republicain’…

Cien años después de su nacimiento, Camus sigue presente como una de las grandes referencias de la cultura europea del siglo XX. Ni su infancia africana, ni su raíz española (su madre provenía de una familia menorquina), que le impulsó a traducir a su lengua ‘La devoción de la cruz’, de Calderón, o ‘El caballero de Olmedo’, de Lope, ni su vocación universal le impidieron sin embargo que se convirtiera en un producto literario y filosófico netamente francés: uno de esos nombres que han hecho de Francia, a lo largo de los siglos, un lugar de cultura, de pensamiento… y de rebeldía.

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