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Carlos Aganzo

El Avisador

Charles Baudelaire contra los belgas

A la patria, «diga lo que diga Danton», siempre hay que llevarla «en la suela de los zapatos»; «Francia -escribe Baudelaire en su obra “Pobre Bélgica”- parece muy bárbara vista de cerca. Pero vayan ustedes a Bélgica y se volverán menos severos con su país». Así comienza el último de los trabajos literarios del gran poeta maldito, un inacabado cuaderno que permaneció inédito hasta 1952, y que ahora aparece por primera vez en español, traducido y anotado por Pablo M. López Martínez y Marie-Ange Sánchez para la editorial Valparaíso.
Fragmentario, caótico, permanentemente exaltado, el libro no pasa de ser una obra a medio hacer, que comienza con una redacción más o menos coherente para irse convirtiendo en un verdadero “collage” de anotaciones, artículos y filosofías que, sin embargo, son vitales para conocer qué había en la cabeza del poeta en los traumáticos momentos finales de su existencia. Baudelaire había llegado a Bruselas en abril de 1864, empujado por una parte por su necesidad de salir de Francia para publicar los seis poemas censurados de “Las flores del mal”, que estaban prohibidos en su país, y asustado por otra por la quiebra de su editor de siempre, su amigo Auguste Poulet-Malassis. «Les he cogido manía a París y a Francia; si no fuera porque estás tú, no querría regresar nunca más», le escribe con motivo de su partida para el país vecino. Allí, según creía, tendría la oportunidad de vivir una nueva etapa al lado del editor Lacroix, y de repetir los éxitos que su amigo Víctor Hugo había cosechado unos años antes entre los belgas con sus extraordinarios recitales y conferencias. «Con el fin de atraer todas las miradas -le cuenta al autor de “Los miserables” en una carta-, había decidido hacer una serie de lecturas públicas en Bruselas con una selección de fragmentos, los mejores por supuesto, como la esencia de la risa; obras, ideas y costumbres de Eugène Delacroix; Víctor Hugo; Théophile Gautier; Théodore de Banville; Leconte de Lisle y Richard Wagner. Incluso había pensado en completar mis comentarios con citas de los propios autores, pues no me fío mucho de la erudición de los belgas».
Hacía bien en recelar. La primera conferencia, sobre Delacroix, no le salió mal del todo, pero la segunda ya fue un desastre, con la sala vacía y una opinión negativa del crítico Lemonnier por su exceso de gesticulación. Muy poco tiempo después, era ya bastante explícito al contarle sus peripecias a Manet: «Los belgas son necios, mentirosos y ladrones (…) No se crea usted nunca lo que le cuenten sobre la campechanía belga. Tretas, recelos, falsa afabilidad, ordinariez y jugarretas traicioneras, eso sí». A su poco éxito frente al público, a su creciente enfermedad y a sus tremendas dificultades económicas se sumaba la sospecha generalizada de que Baudelaire era, en realidad, un espía de la policía francesa en Bélgica.
Sólo un grupo pequeño de extranjeros en Bruselas, entre ellos su viejo editor francés, le acompañan en la desgracia cuando escribe un año después, el 30 de marzo de 1865, una carta a su amigo Ancelle: «No puedo moverme; 2º, tengo deudas; 3º para terminar el trabajo debo visitar cinco o seis ciudades (…) Disculpe la parquedad de mi estilo; le escribo con una pluma que me han prestado». Las esperanzas de publicar “Pobre Bélgica” -“Belgique”, en sus misivas- para poder salir de la indigencia se esfuman definitivamente ante la incapacidad del poeta para salir del paroxismo. Al día siguiente tienen que recluirlo con urgencia en su habitación del hotel y el 2 de julio, con todo el peso del fracaso sobre sus espaldas, regresa a París donde morirá, en condiciones terribles, dos años y cinco meses después.
De todo este dolor, de todo el odio que van generando en su corazón sus desencuentros con el pueblo belga, desde cada una de sus grandezas hasta la más pequeña de sus costumbres, es testigo este libro verdaderamente singular, que se complementa con una pequeña colección de poemas que ilustran, todavía mejor, este momento tremendo de decepción y de abandono en el tramo final de la existencia del poeta. En uno de ellos, titulado “El sueño belga”, escribe Baudelaire: «Bélgica se cree un país con duende. / Está durmiendo. Viajero, no la despiertes».


marzo 2015
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