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Carlos Aganzo

El Avisador

Una lengua de futuro con una herencia literaria incontestable

Aunque ya se hacía desde mucho antes, fueron los españoles de la Generación del 98 los primeros en reivindicar la necesidad de que los escritores se prodigaran en los periódicos. No sólo para apoyar su propia obra literaria, sino también para conseguir un sustento económico imprescindible para poder vivir y seguir escribiendo. De hecho, no es hasta bien entrado el siglo XX cuando en las redacciones de los periódicos se empieza a distinguir con claridad entre «periodistas» (escritores que escriben en los periódicos) y «periodistas profesionales» (los que tenían en el periodismo su medio de vida principal). Así fue en el siglo XIX, así ha sido a lo largo de todo el siglo XX, y así continúa siendo en gran manera en nuestro tiempo. De hecho, resultaría imposible comprender a Jorge Luis Borges sin tener en cuenta lo que escribió en “La Nación” de Buenos Aires; como sería impensable hablar de Jorge Edwards sin hacer referencia al chileno “El Mercurio”; de Vargas Llosa sin estudiar sus artículos en el peruano “El Comercio”, o de Gabriel García Márquez sin analizar su etapa en el diario colombiano “El Espectador”. Qué decir del caso de Delibes con El Norte…

Los periódicos centenarios -todos los que he mencionado se fundaron entre 1839 y 1900- han tenido sin duda mucho que ver con la literatura de sus respectivos territorios, y todos, en mayor o menor medida, siguen implicados en la misma tarea: servir de escaparate para los grandes escritores y fomentar, desde sus páginas, la buena literatura. La buena literatura y, además, el buen uso de la lengua. Aunque quien más quien menos en algún momento haya sido objeto de crítica por sus erratas o por el poco esmero de su escritura, a causa de la urgencia propia del periodismo, lo cierto es que todos, sin excepción, se siguen caracterizando por su defensa de la lengua española, la herramienta única con la que se construye su expresión periodística.
Después de tan largo y fructífero tiempo de uso diario de la escritura en español -desde el más sesudo de los artículos hasta la más humilde de las noticias-, parece incontestable que nuestro periodismo hispánico goza de una herencia única. Un patrimonio que se encuentra, sin lugar a dudas, en la base de la fuerza, la riqueza, la variedad, la profundidad… y la belleza de nuestra lengua castellana. Pero aunque mirar hacia atrás, reconocer la historia, sea siempre tarea imprescindible para afrontar el presente, lo cierto es que tan relevante como el pasado, si no más, es el futuro que tiene por delante el español. Bastaría con analizar lo que está sucediendo en un país como Estados Unidos para darnos cuenta de ello. Frente al 12,9% de estadounidenses que hablaban nuestra lengua en el año 2000, actualmente ya hay más de un 25% que la utilizan: cerca de 80 millones de personas, 54 de ellos considerados plenamente «hispanoablantes». Una progresión que se hace aún más evidente cuando nos referimos al uso del español en las nuevas tecnologías. Algo que tiene que ver no sólo con la juventud del conjunto social de los hispanos que viven en Estados Unidos, sino también con la propia pujanza de un país como México, que en los últimos tiempos hace gala de un imparable nivel de influencia no sólo sobre los países al sur de sus fronteras, sino también sobre sus vecinos del norte.
Ante esta realidad, hemos de ser muy conscientes también de que buena parte del futuro inmediato del español se está proyectando, en este preciso momento, desde las nuevas tecnologías. En los últimos años son infinitas las voces que alertan sobre el peligro que una utilización torcida de estas nuevas tecnologías, fundamentalmente de Internet y los teléfonos móviles, supone para la riqueza y la variedad del español. Todo esto es verdad. Pero sólo en parte. Frentre al reduccionismo lingüístico de buena parte de los navegadores e internautas en nuestra lengua, hay otros efectos positivos que también vienen de la mano de esta nueva manera de comunicarse. Por ejemplo, la preminencia cada vez mayor de la escritura, elemento fundamental para la fijación de la lengua, frente al habla: nunca se había escrito más abundantemente en español a lo largo de la historia que en el momento actual. Incluso el temido efecto de la desintegración de la lengua “canónica” frente a los localismos de los diferentes países de habla hispana, viene ahora paliado en buena manera gracias a Internet: la comunicación entre los diferentes españoles de uno y otro lado del Atlántico, y de todos los rincones del planeta, es apabullante. Y con la comunicación viene el contagio. Y con el contagio una capacidad mayor de comprensión y asimilación de las peculiaridades de los demás.
Que la de Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz, la de Cervantes y Rubén Darío, la de Miguel Delibes y Julio Cortázar es una lengua con una herencia literaria inmejorable es algo que nadie puede dudar. Como nadie puede tener dudas tampoco del vigor, la expresividad, la riqueza y la potencia con que esta misma lengua se enfrenta hoy a su porvenir. Hay un pasado espléndido escrito en español. Y hay un futuro en español que ofrece sus frutos cada día. Así lo acreditan los 548 millones de personas que lo hablan. Como dijo don Antonio Machado: «Ni el pasado ha muerto / ni está el mañana, / ni el ayer escrito». Se escribe, se sigue escribiendo, en español, en este mismo instante.


mayo 2015
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