Jorge Luis Borges, en una crítica publicada en agosto de 1941 en la revista ‘Sur’ de Buenos Aires, escribe que el tema central de ‘El ciudadano’ -título con el que apareció en las pantallas argentinas- es “la investigación del alma secreta de un hombre a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto”. Y añade: “Me atrevo a sospechar, sin embargo, que ?Citizen Kane? perdurará como ?perduran? ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra”.
El genio de Orson Welles, efectivamente, tenía 23 años cuando extendió el pánico entre los vecinos de Nueva York y Nueva Jersey con su versión radiofónica de ?La guerra de los mundos?, y 24 cuando firmó con George J. Shaefer, presidente de RKO, un contrato que nadie había conseguido antes en esa casa: libertad absoluta en el guión, en la elección de actores, en el rodaje… incluso en el ?final cut?, el montaje definitivo con el que la película aterrizaría en las salas de cine. Durante un tiempo pensó en llevar al celuloide ?El corazón de las tinieblas?, el espectáculo teatral con el que trabajaba entonces al frente de los Mercury Players; más tarde se inclinó por adaptar ?The Smiler Whit The Knife?, de Cecil Day-Lewis, pero finalmente se decidió por escribir su propia historia, al lado de Herman Mankiewicz. Un guión original basado en la vida del magnate de la prensa William Randolph Hearst, en sus propias experiencias y en las de otros grandes del periodismo, como Harmsworth o Pulitzer, creando así uno de los personajes más imponentes de la historia del séptimo arte: Charles Foster Kane, el gran empresario que inició su carrera empujado por el idealismo y la filantropía y terminó convirtiéndose en una maquinaria de poder envilecida, desbocada y destructiva para todos; también para sí mismo.
A pesar de la libertad formal que le otorgaba el contrato, las tensiones entre Welles y la RKO estuvieron siempre presentes. Empezando por los intérpretes, la mayor parte de ellos ?incluido Joseph Cotten, que hasta la fecha no había rodado más que dos cortometrajes? pertenecientes a su compañía de teatro y completamente desconocidos, lo que chocaba de frente con el Star System, y terminando por la versión definitiva de la película, que sólo pudo realizarse cuando Welles aceptó las recomendaciones de los abogados de la productora para evitar que un pleito con Hearst pudiera impedir su exhibición. Las dos horas y dos minutos de la primera versión se quedaron finalmente en una hora y 59.
La presión de los periodistas de Hearst, quien llegó a tener en propiedad 28 periódicos de circulación nacional en los Estados Unidos, consiguió que las referencias a ?Ciudadano Kane? fueran escasas y que, a pesar de ser la sexta película en recaudación, al año siguiente ya no se proyectara más que en cines de arte y ensayo. En nombre de la industria, Louis B. Mayer llegó a ofrecer a RKO 805.000 dólares para que destruyera los negativos y todas la copias de la película.
En la ceremonia de los Oscar, Welles y Mankiewicz consiguieron la estatuilla al mejor guión original, mientras que los premios al mejor director y a la mejor película fueron para John Ford, por ?Qué verde era mi valle?. Sólo el redescubrimiento del filme en Francia, en 1946, y el reestreno de Estados Unidos, en 1956, consiguieron sacar verdaderamente a la luz el valor de esta película. Una película innovadora en todo ?en los planos, en la estructura narrativa, en la iluminación, en la música, en la dirección de actores…? que, con el paso del tiempo, se convirtió en un título inscutible entre las diez mejores películas de todos los tiempos.
La bola de cristal con sus copos de nieve, que se hace añicos al caer de la mano del agonizante Kane, o el plano final del trineo ardiendo, entre los trastos inservibles del inmenso almacén de sus objetos personales, son parte de la gran mitología del cine y de nuestra cultura. “El señor Kane fue un hombre que tuvo cuanto quiso, y que lo perdió. Tal vez Rosebud fue algo que no pudo conseguir o algo que se perdió”, dice Jerry Thompson, el periodista que trata inútilmente de reconstruir el “alma secreta” de este gran personaje del celuloide. La gran metáfora poética de lo fácil que es extraviar lo verdaderamente importante en la hojarasca de la vanidad y el exceso. El empeño imposible por mantener la inocencia y el paraíso del niño -¿dejó alguna vez de serlo Orson Welles?- en el mundo corrompido de los hombres. Sin duda el genio, en el más amplio y sobrecogedor sentido de la palabra. El genio y la figura.