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Carlos Aganzo

El Avisador

Francisco Pino o el silencio pleno

«Desear hacer un verso / qué iluso deseo es / ¡si el que nos hace es el verso!». Así fue para Francisco Pino durante más de setenta años de creación poética; no es que él no dejara de hacer versos a lo largo de toda su vida: es que sus versos no dejaron un solo día de hacerlo a él. No cesaron de construir laboriosamente su contrafigura de hombre-poema, de heredero secreto de las vanguardias atravesando prácticamente todo el siglo XX. Un ejemplo de dedicación y de fidelidad poética como muy pocos. El testimonio de un creador cuyo centenario va a servir, esperemos que entre otras cosas, para conocer por fin la auténtica magnitud de su obra.
La edición de la obra poética completa de Francisco Pino, que Antonio Piedra, su albacea literario, irá desgranando a lo largo de este año de conmemoración, nos tiene que dar la letra de la música de ese hombre casi recluido en su casa vallisoletana, la ya mítica Villa María, durante decenios; un torrente de versos inéditos de todas las etapas de su creación. Un trabajo silencioso y apartado del mundillo literario, al que sólo le empezaron a llegar los reconocimientos -entre ellos un premio de El Norte de Castilla a su trayectoria poética- cuando era muy mayor.
Tal vez la relectura de su obra, tan cercana en el tiempo a la de la Generación del 27 (Pino nació sólo cinco años después que Altolaguirre, y ocho que Cernuda o Alberti), servirá también para perfilar un poco más esa no-generación que, en el caso del vallisoletano, como en el de tantos otros, pasó por la guerra civil, la posguerra y el franquismo en un permanente exilio interior.
Después de cruzarse con el surrealismo parisino; de escribir sonetos nuevos, tan ágiles «como un brinco»; de publicar en sus revistas de los años veinte y treinta (‘Meseta’, ‘Ddooss’, ‘A la nueva ventura…’) a Guillén, a Lorca o a Alberti; o de ir creando nuevos conceptos de libros, de revistas o de carpetas (amarillas, blancas, azules, verdes…), Pino se entregó a la apasionante tarea de crear su propia concepción de la poesía. Infatigable e inasequible al desaliento.
Mientras otras voces se apagaban, mudaban o se rendían, él siguió cantando. Cantando como un pájaro solitario, sin dejar un solo día de buscar nuevos territorios para el canto. Así nacieron centenares, miles de poemas: poemas ‘convencionales’, poemas visuales, ‘poeturas’, poemas experimentales, poemas sonoros, poemas táctiles…, hasta que terminó embarcándose en empeños todavía más ambiciosos, como el de buscar el poema sin poema, es decir: el poema-silencio. Ese silencio que, según Steiner, debe ser la aspiración máxima de todo poeta verdadero.
Aunque sin lugar a dudas esta nueva edición de la obra poética de Francisco Pino va a servir para descubrir nuevos y desconocidos perfiles de su creación, yo me atrevería a decir que después de todos estos trabajos y estos días, de tanta labor silenciosa y tan raramente reconocida, a Pino lo vamos a poder disfrutar sobre todo de dos maneras muy diferentes. La primera, desde el gusto por la experimentación, por la creatividad, por el hallazgo, por esa permanente guardia del poeta frente a la inspiración. La segunda, yo diría que más sabrosa todavía, desde su capacidad para asomarse, una vez tras otra, al vértigo de la nada, tanto en el tiempo de los riesgos de la juventud como en el de los escalofríos de la vejez; y con una religiosidad personal que no anda lejos del misticismo. Un misticismo, el de Pino, tan humano como netamente literario. Aunque nuestro poeta, tan retirado del mundanal ruido, tuvo siempre muy cerca la poesía de fray Luis, también supo, emulando a San Juan de la Cruz, caminar sin miedo hacia esa nada que al final termina siéndolo todo.
Así pues, florilegios y sombras profundas; luz (la luz permanente de Pino) y vuelo; búsqueda y encuentro. Y al final una sola opción, destilada como un néctar purísimo a partir de la larga monotonía de las horas: la opción de la música callada. Así lo dice no pocas veces, y de no pocas maneras diferentes, en distintos momentos de su creación poética. Sin ir más lejos, en ese poema suyo donde quiere definir lo que es el lenguaje: «¿Dónde está la voz del aire? / Tú la escuchas. Es silencio».

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