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Carlos Aganzo

El Avisador

El Padrino, confluencia de talentos

Se imaginan ustedes una versión de ‘El Padrino’ dirigida por Elia Kazan? ¿Se imaginan a Don Vito Corleone interpretado por sir Laurence Olivier? ¿Se pueden imaginar una banda sonora diferente de la que compusieron Nino Rota y Carmine Coppola para esta película? Es difícil de concebir, porque lo que distingue a una obra maestra de otra que no lo es precisamente es eso: la circunstancia de que cada cosa está exactamente en su sitio.

‘Casablanca’ pasa por ser el paradigma de cómo la adaptación al cine de una pieza literaria mediocre puede convertirse en referencia toral del séptimo arte. Sobre la base de una obra de teatro de Murray Burnett y Joan Alison, ‘Everybody comes to Rick’s’, que nunca llegó a estrenarse, Michael Curtiz, por una parte, y Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, por otra, terminaron construyendo un monumento cinematográfico auténticamente imprescindible. Algo semejante le ocurrió a ‘El Padrino’. Mario Puzo, que había vendido los derechos de su novela (en un principio titulada ‘Mafia’) al productor de la Paramount Robert Evans por 12.500 dolares, confesó que había escrito el texto sin gran entusiasmo, fundamentalmente por dinero. Francis Ford Coppola llegó a la dirección de la película de rebote, después de haberla rechazado sucesivamente Elia Kazan, Arthur Penn y Costa-Gavras, y Marlon Brando, que no se llevaba precisamente bien con la productora, solo consiguió el papel después de tener que pasar por el aro de acudir a una audición, como uno más entre los aspirantes, tras la insistencia de los dos primeros; la escena de Brando colocándose algodón en las mandíbulas para dar forma al rostro y a la inconfundible voz del capo figura sin  duda entre las más fulgurantes leyendas del celuloide. A ellos se unía el talento de Nino Rota, que compuso una melodía que ya forma parte del patrimonio musical de la humanidad, y el de Al Pacino, Michael, cuya transformación en ‘monstruo’, tras asumir el patriarcado familiar a raíz de la muerte de su hermano, es uno de los mejores ejemplos de la capacidad del cine para hablar sobre las mudanzas del alma humana.

A toda esta convergencia de inspiraciones habría que añadir, además, algunos otros elementos de la propia historia que propiciarían que la película no solo fuera un éxito desde el mismo momento de su estreno, sino que siguiera siéndolo, un año tras otro, hasta nuestros días. En primer lugar, ‘El Padrino’ no solo reflexionaba, en los setenta, sobre el célebre ‘sueño americano’ de los cuarenta del pasado siglo, sino que ponía en primer plano de su propuesta ética y estética la lacra de la violencia como uno de los principales problemas de la sociedad estadounidense. En segundo término, frente un mundo (entonces como ahora) marcado por la ausencia de valores y por el auge del materialismo, la novela y la película oponían, a modo de reacción, la recuperación de un viejo código de honor heredado de la Europa más profunda. Seguramente, si hubiera que elegir dos películas en las que Sicilia, con todas sus virtudes y sus contradicciones, se hace protagonista absoluta del cine, esas serían ‘El Padrino’ y ‘El Gatopardo’, de Lampedusa-Visconti. Si en Italia (como en España) los excesos del honor y de la honra habían servido para marcar una parte notable del drama existencial de varias generaciones a lo largo de la historia, las sociedades americana y europea del momento se habían terminado situando exactamente en el lado contrario, y a pesar de sus excesos, de su terrible violencia y de su palmaria injusticia, los valores familiares y tradicionales de la mafia siciliana terminaron moviendo el corazón de millones de personas. De hecho, al pensar que la película promocionaba con claridad los principios de la Cosa Nostra, los vecinos de Long Island, donde se rodó, se negaron a participar en ella. Con todos estos ingredientes –fuerza de la historia, controversia moral y, sobre todo, suma de talentos– no es de extrañar que ‘El Padrino’ siga siendo, cuarenta años después, una de las películas más visionadas por públicos de todas las edades, de todas las culturas y de todas las geografías del mundo.

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