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Carlos Aganzo

El Avisador

30 años de 'Un mundo que agoniza'

«No escribo porque no pesco y no pesco porque las pocas truchas que he atrapado últimamente son peces de repoblación colocados ahí por personas bienintencionadas que creen que no hemos advertido que el río ya no engendra peces, sino que se limita a engordar los alevines que el Servicio de Pesca deposita caritativamente en él todos los otoños». Así justificaba Miguel Delibes su negativa a continuar con el diario de pesca iniciado en los años setenta con “Mis amigas las truchas”, en un capítulo titulado «Los ríos moribundos», incluido en “He dicho” (1996).
En una conjunción singular, la aparición de dos nuevos tomos (entre ellos el dedicado a los cuadernos de campo) de las obras completas del escritor vallisoletano en Galaxia Gutenberg coincide con la celebración de los treinta años de la publicación de “Un mundo que agoniza”, trasposición bibliográfica de su brillante discurso de ingreso en la Real Academia Española. Y con la inmimencia de la celebración, entre el 7 y el 18 de este mes, de la Cumbre de Copenhague, la conferencia mundial sobre el medio ambiente que determinará los nuevos pasos que debe dar este viejo enfermo agónico que es nuestro planeta si no quiere terminar por autodestruirse.
Lamentablemente, quienes tildaron (y no fueron pocos) en 1975-1979 a Miguel Delibes de agorero, por no decir de visionario o de apocalíptico, han demostrado tener muy poca capacidad para predecir el futuro. Leer, en el 2009 (ya casi en el 2010), las palabras del Delibes de los inicios de la Transición es asistir a un ejercicio de lucidez que sólo ahora, con el paso del tiempo, se muestra en toda su magnitud.
Nuestro mundo agoniza, y con él todas las palabras que lo nombran. Los campos de Castilla, aquéllos que incendiaron el alma de don Antonio Machado en los arranques del siglo XX, vuelven hoy a ilustrar con precisión esa agonía. Los oficios perdidos, las palabras extraviadas, los sentimientos olvidados, las esencias dejadas a trasmano que Delibes ha reivindicado, hasta su último aliento literario, con su obra, vuelven a pedir hoy nuestra mirada reflexiva y profunda. Precisamente cuando esta tierra, reserva ecológica todavía de una Europa abrasada, está pidiendo una protección que aún se le queda corta; muy corta. Y la misión de la literatura es siempre la de salvar al mundo.
No harían mal los grandes mandatarios del mundo que se acerquen, en los próximos días, hasta Copenhague, en dedicarle un tiempo a la lectura de un texto tan certero y tan impresionante como el que Delibes dejó impreso en “Un mundo que agoniza”, y que hoy ocupa el espacio principal, a medio camino entre la literatura y la ecología, en nuestro suplemento “La Sombra del Ciprés”. «Urge poner un límite», decía entonces don Miguel; «Los ingleses limpiaron el Támesis con unos resultados iniciales sorprendentes: volvieron a pescarse truchas en él. Tierno Galván, en un bonito gesto, más significativo que eficaz, limpió la cloaca del Manzanares y depositó cuatro barbos y cuatro patos en él. Esto quiere decir que los ríos son agradecidos, muertos susceptibles de ser resucitados. No lo olvidemos y pongámonos sin dilación a la tarea». Pues eso.

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