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Carlos Aganzo

El Avisador

Lectores de hoy para un mañana con libros

Los zarpazos de la crisis económica nos han tocado a todos. También, y de manera singular, a cuanto tiene que ver con el papel impreso. Al igual que han cerrado empresas de construcción, en los dos últimos años han cerrado en España librerías, editoriales, periódicos, imprentas… En un país donde los libros no tienen todavía la condición que les corresponde como artículos de primera necesidad, el sector editorial, en toda su gama, es siempre una de las primeras víctimas de una “enfermedad” del sistema con la que poco o nada tiene que ver. Y esta vez tampoco ha sido una excepción.
Al hilo de esta realidad no faltan, como no han faltado nunca, agoreros al uso que pronostican algo más que un mal trance. Los hay que desentierran la vieja máxima de Fígaro de que en España «escribir es llorar» (lo dijo Larra, seguramente el escritor mejor pagado de su tiempo). Y los hay incluso que, con un libro electrónico en la mano, se atreven a predecir la muerte inexorable del papel, en cualquiera de sus versiones… Los apocalípticos de Umberto Eco han vuelto a salir del armario, como sucede siempre que el sistema capitalista hace agua, mientras los bosques suecos y noruegos tienen hoy más árboles gracias a la explotación de las industrias
madereras que a ninguna otra campaña de repoblación al uso…
Lo cierto, sin embargo, es que mirando las cosas desde una óptica algo más objetiva no se puede decir que las pérdidas del sector del libro, por ejemplo, hayan sido mayores que las de otros sectores de nuestra economía. Como no se puede decir que la decisión de algunos autores de renombre de difundir sus obras a través de Internet haya significado un descenso en la venta de sus libros. Más bien al contrario.
Pese a quien pese, y a fe que a más de uno le pesa, el libro y el papel tienen todavía un largo camino por delante. Un camino en el que tendrán (ya lo están haciendo) que perder buena parte de su protagonismo para compartir cartel con otros soportes, pero en el que pueden seguir, incluso, ganando terreno y lectores, como lo han hecho de manera ininterrumpida en los últimos decenios. Tener un libro electrónico y comprarse un libro convencional no es algo incompatible, como no resulta excluyente comprarse un periódico y bucear todos los días por las noticias periodísticas de las cabeceras más insospechadas del mundo por Internet. Cada cosa tiene su tiempo, su rito y su mito.
Eso sí, en el proceloso mar de las ediciones bibliográficas, el libro infantil tiene lugar propio. La literatura infantil ha tenido un desarrollo espectacular en nuestro país en los últimos años, tanto en autores literarios como en ilustradores, y eso ha contribuido a que, lentamente y a pesar de un sistema educativo y familiar que ha jugado muchas veces en contra, hoy contemos con una generación de jóvenes lectores que hace veinte años sería absolutamente impensable.
Los jóvenes lectores de hoy,
con un universo verdaderamente apasionante a su servicio, van a ser los lectores de los libros de mañana. Porque un mañana sin libros, yo diría incluso que sin libros de papel, a estos mismos niños les va a parecer tan imposible como un mañana sin televisión, sin Internet, sin mando a distancia o sin automóvil. «De los diversos instrumentos inventados por el hombre -decía Borges-, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo? Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria». Más libros, por favor.

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