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Carlos Aganzo

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Carlos Murciano: historias de ciflos, tiorvos y hablasolos

En su memoria prodigiosa, Carlos Murciano tiene grabada a fuego la sentencia que le dedicó una crítica literaria cuando publicó ‘Las manos en el agua’, su primer libro para niños, en 1981. «Falta de imaginación», le dijo. Nunca se lo ha perdonado, y de hecho a partir de entonces, bien en prosa bien en verso, el poeta de Arcos de la Frontera no ha permitido que uno solo de sus libros, por técnicos y concretos que pudieran parecer, dejaran de rendir pleitesía de una u otra forma a la fábula, a la ficción, a la imaginación…, a esos mundos soñados en los que el escritor siempre se ha sentido como en casa. De hecho en gran manera, justo es reconocerlo, el propio Carlos Murciano no es otra cosa que un personaje de ficción: un raro ejemplar de ‘hablasolo’ que resulta capaz de sostener un recital de hora y media sobre sus propios poemas únicamente de memoria, sin tener que recurrir a un solo papel. Solo con el recurso sonoro que le brindan unos versos construidos siempre sobre la base musical de la palabra…

El hablasolo, por cierto, que según parece, y como el propio Carlos Murciano nos cuenta en su libro ‘De otros seres’ (Huerga&Fierro, Madrid, 2012), últimamente prefiere alejarse de «los vaivenes del océano» para esconderse «en los viejos palomares castellanoleoneses», concretamente por las proximidades de Villamayor de Campos, Otero de Sariego, Villafáfila, Boadilla de Rioseco, Villalumbroso y Matadeón de los Oteros, «el tuétano intraducible / de nuestra lengua española», según decía don Miguel de Unamuno. Una criatura que canta, según algunos, pero que sobre todo gusta de repetir de memoria los versículos del ‘Libro de los Salmos’, antes de echarse a rodar o de mimetizarse con las piedras o los árboles, como un camaleón, cuando piensa que alguien le está observando. Uno más entre la treintena de seres que se se reúnen en este volumen, donde se suman los viejos personajes de ‘Lirolos, ciflos y paranganalios’ (Edelvives, 1988) con cinco nuevas criaturas, contadas en verso, y con todo un equipo de once nuevas estrellas, formado por el gálgulo, el tiorvo, la picazuroba, la mirangoluna, el hada doncella, la zaratola, el carahú, el pájaro felino, el foradomiño, el zoylo y el mencionado hablasolo. Seres que, como dice la escritora Margarita Arroyo (y cuánto saben en verdad los leoneses de estas cosas) «no están compuestos de prosaico carbono, ni del inconstante hidrógeno, el tembible azufre o el fugaz oxígeno, como sucede al común de los mortales», porque «surgieron de la poesía».

No se trata, pues, de personajes infantiles, por más que los niños hayan acogido siempre con gran cercanía a estas criaturas surgidas de la imaginación de Carlos Murciano, sino más bien de una pequeña mitología propia, cuajada de referencias cultas y expresiones cuidadamente literarias, que buscan lectores muy especiales. Más cerca del mundo de Lewis Carroll o de JRR Tolkien que de los cuentos tradicionales: «El mundo de ‘Érase una vez’, con ser encantador y por mucho que lo valoremos, no es el verdadero mundo de las hadas», nos dice el escritor citando a Betty Ballantine. Crónicas secretas, anotaciones curiosas en cuadernos de escritores poco conocidos, estudios sobre criaturas de las fondas y las orillas de los ríos… Todo con una cuidada apariencia de científica normalidad.

«El que tiene imaginación saca con facilidad de la nada un mundo», nos dice Bécquer. Eso es lo que hace exactamente Carlos Murciano en este libro. Y con pasmosa facilidad, por cierto.

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