“Sé que nunca me van a pedir perdón; no me rompo la cabeza y sigo adelante”. Las palabras del capitán Aliste, un símbolo castellano y leonés de la resistencia al azote del terrorismo, representan con precisión el espíritu de miles de víctimas, no sólo españolas, sino de todas partes del mundo, lo mismo que la Plaza Mayor de Salamanca, desde el viernes, representa con toda contundencia el éxito de una sociedad para vencer, a fuerza de dignidad, a la sinrazón y a la barbarie de los terroristas. A diferencia de Jorge Luis Borges, quien pensaba que el olvido es la única venganza y el único perdón posible, John Fitzgerald Kennedy aseguraba que siempre sería capaz de perdonar a sus enemigos, pero jamás de olvidar sus nombres. El olvido, precisamente, ha sido durante demasiados años el principal enemigo de las víctimas españolas del terrorismo. El olvido y la manipulación política. Una combinación diabólica que ha permitido que, para nuestra vergüenza, en demasiadas ocasiones las propias víctimas hayan aparecido ante la sociedad con rostro distorsionado, casi como personas molestas, no como lo que verdaderamente son: víctimas de la peor faceta del ser humano.
El apoyo popular, la presencia de las autoridades y, tal vez de manera especial, la apertura del foco a las víctimas del terrorismo de otros países del mundo, han conseguido poco a poco subvertir esta situación. Con toda seguridad, el IV Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo ha servido para romper definitivamente una tendencia pervertida. Y Salamanca, su Plaza Mayor, se ha convertido en el símbolo de este cambio. El presidente del Gobierno, de nuevo, ha perdido una ocasión de oro para cerrar el círculo de la unidad en torno a los heridos, a los humillados. Peor para él. Otros han capitalizado un caudal que ya no tiene visos de detenerse, porque ha sido capaz de presentarse ante los ojos de los ciudadanos tal como es: una barbaridad sin posible justificación.
Como ha contado en más de una ocasión Maite Pagazaurtundua, presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, durante años las víctimas españolas han tenido que luchar, además de contra su propio dolor, contra las contradicciones de una sociedad que no ha sabido entender la verdadera dimensión del problema. Ella lo sabe muy bien, porque tras haber perdido a su hermano Joseba, y a tantos otros amigos de su entorno más o menos cercano en esta locura, ha tenido que soportar muchas veces el silencio de unos, el desprecio de otros y hasta el rechazo de unos cuantos más. Hoy, sin embargo, es capaz de asegurar que España se ha colocado a la cabeza mundial de los países que están demostrando que la dignidad de las víctimas, tomada en su auténtico valor, es el muro más sólido frente a los bárbaros. Algo que se ha escenificado aquí perfectamente.
El reconocimiento social pleno de las víctimas es el primer paso para la derrota completa de un terrorismo que, pese a quien pese, seguirá existiendo mientras siga teniendo apoyo social, por mínimo que sea. Castilla y León, con Salamanca a la cabeza, se ha convertido esta semana en un símbolo de lo que verdaderamente hay que hacer: estar al lado de los ofendidos, de los que sufren, y mostrarle a toda la sociedad, también a los terroristas y a los que les apoyan, que el camino de la violencia es estéril, que va contra todo y contra todos, contra el mismo ser humano. Seguro que los más de cuatrocientos invitados a este congreso salmantino han encontrado estos días unos cuantos motivos para seguir viviendo.