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Carlos Aganzo

El Avisador

Sarpullido veraniego

Lo hicieron tan mal ante la crisis, que ahora me da la impresión de que cuidan mucho más todo lo que dicen, e incluso de que empiezan a acertar en algunas de sus predicciones, por desgracia en las menos halagüeñas. Me refiero a los economistas.

Nos han dicho que a pesar de los ‘buenos’ datos económicos del primer trimestre del año, los ajustes de la macroeconomía iban a significar un auténtico desbarajuste de la microeconomía, lo que dicho en román paladino significa que muy pocos van a ver realmente en sus bolsillos esas cifras que hablan de la salida de la recesión o del freno del desempleo. De hecho, parece ser que el cobrador del frac estaba esperando a que los periódicos publicáramos noticias como ésta para volver a la carga sobre deudores, insolventes, mendicantes o personal de alto riesgo crediticio, terminando de vencer, en no pocos casos, la resistencia mantenida a lo largo de una crisis demasiado larga y sin precedentes en nuestra historia reciente.

Más bien se trata de todo lo contrario. Si durante un tiempo los funcionarios parecían los únicos capaces de mantener un mínimo consumo frente a un sector privado arrasado por el desempleo, ahora se da la vuelta a la tortilla, y en las nóminas de junio serán esos mismos funcionarios los que verán reducido su poder adquisitivo en un 5%, mientras se anuncia que por primera vez en tres años crecerán los contratos, como era habitual antes de la crisis, durante la época estival. Habrá que ver, en todo caso, de qué crecimiento y de qué contratos hablamos, porque uno ya empieza a tener la sensación de que vive en un estado absolutamente intervenido, donde los recortes van a continuar, después de los funcionarios, por los empresarios, los directivos, los trabajadores por cuenta ajena, por cuenta propia y hasta por cuenta de la economía sumergida, que todo se andará. Hasta los ricos, nos dicen las cifras, parecen menos ricos, si bien habría que violar el secreto profesional de los banqueros suizos para saberlo con algo más de certeza. Quizás los pocos que hayan pagado con antelación sus vacaciones no notarán los recortes este verano más que en el personal de las terrazas, que tardará el doble en servirle la cerveza por ajuste de la ratio entre camarero y número de mesas, pero el resto de los mortales se dispone a afrontar una nueva estación estival bajo el signo de la restricción. Después del largo y cálido verano vendrá un otoño también caliente, en el que los analistas económicos nos dicen que lo más probable es que vuelva a caer el consumo y, con él, las cifras de la esperanza. ¿Qué otra cosa cabe esperar, por ejemplo, en una comunidad como la nuestra, donde funcionarios y pensionistas, es decir, recortados y congelados, forman una de las bases más amplias de la pirámide social?

Esperemos, por lo menos, que los ayuntamientos no empiecen a cobrar por el uso y disfrute de las sombras de los árboles de los parques o por los baños de mar, que es lo que nos sigue quedando cuando todo lo demás se pone en cuestión. Y tengamos fe también en la trayectoria de la selección española en el Mundial, que sin duda nos evitará pensar en otras cosas de menor importancia. Así fue en otro tiempo y así sigue siendo en nuestros días…

Una cosa es la macroeconomía y otra muy diferente las cuentas de cada casa. Después de una primavera con alergia a los brotes verdes se avecina un verano con sarpullido. Habrá que pasar todo el tiempo que se pueda a la sombra.

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