Los ‘Cantos’ de Hölderlin, escritos entre 1801 y 1803, representan una etapa muy especial de su creación literaria, fruto del ejercicio del ‘nuevo estilo’ (‘neue Sangart’) con el que el poeta germano se quiso presentar ante su editor de Frank-furt, Friedrich Wilmans, responsable de la primera edición de esta obra en 1804.
Cuando escribió sus ‘Cantos nocturnos’ y sus ‘Cantos patrios’, las dos partes en que se divide el libro publicado ahora en versión bilingüe alemán-castellano por Linteo, Friedrich Hölderling (Lauf-fen am Neckar, Wurttemberg, 1770-Tübingen, 1843) era ya el célebre autor de ‘Hiperión’, la obra escogida por los románticos alemanes para fundar su movimiento, pero estaba viviendo uno de los momentos más controvertidos de su vida. En 1801 había abandonado de manera repentina su trabajo como preceptor en Hauptwill y, después de una breve estancia en la casa familiar de Nürtingen, se había marchado caminando primero a Burdeos, y después a París, para regresar gravemente trastornado. Sólo el trabajo con poemas anteriores y con nuevos textos escritos en este período consiguió centrar en ciertos momentos al poeta, quien redactó numerosas versiones de los mismos poemas hasta terminar un trabajo a medio camino entre la madurez formal y un cierto enajenamiento, real y poético, con un aire visionario que ha llevado a algunos autores a clasificar esta obra entre lo mejor de su creación. A pesar de estos problemas mentales, Hölderling viviría después grandes períodos de lucidez, hasta convertirse en todo un símbolo de la gran poesía maldita del siglo XIX tras encerrarse, a lo largo de treinta años, en la célebre torre de Tübingen, donde le permitió vivir uno de sus admiradores hasta su muerte.
La primera parte del poemario, dedicada a sus ‘Cantos nocturnos’, descubre el lado más oscuro del corazón del poeta, quien también por esos días perdió a la que había sido el amor de su vida, Susette Gontard, la Diotima a la que había dedicado precisamente su ‘Hiperión’, quien termina convirtiéndose en una especie de «nuevo Píndaro de las nieblas nórdicas», en palabras de Antonio Pau, autor de la traducción y la introducción. Una noche que no es física, sino anímica: la oscuridad que representa el sufrimiento de un hombre al que le gustaría «dormir bajo las sombras» y que confiesa tener «despierto de nuevo el corazón», a pesar de lo cual se siente arrastrado de manera insensible por «la noche poderosa». Cantos nocturnos que el poeta en cierto momento describe como «cantos de amor»; un extraño amor que evoca, de manera desasosegante, días lejanos, héroes muertos o islas desfiguradas, con un no menos extraño componente esotérico donde los genios, los dioses y los espíritus se juntan en el cielo para celebrar sus coloquios…
La segunda, formada por los once himnos que se agrupan bajo el título común de ‘Cantos patrios’, trata de militar sin embargo en un «júbilo alto y puro», exaltando la voz de un poeta emocionado por la madre tierra, el Rin («nacido libre» y «noble entre todos los ríos») o una Germania mítica que rompía todos los preceptos estilísticos anteriores de este poeta que había estudiado, en el seminario protestante de Tü-bingen, en el mismo cuarto que dos de los grandes filósofos de su tiempo: Hegel y Schilling. Un ejercicio de iluminación que le situaba exactamente a medio camino entre los autores neoclásicos y los prerrománticos, las dos grandes corrientes literarias de su tiempo.
Y eso sí, frente a las glorias pasadas, a los recuerdos de tiempos mejores o al esplendor recobrado de espacios y lugares que deslumbran al poeta, la amarga reflexión que se pregunta «¿dónde están los amigos?» y la vieja máxima del «durat opus vatum» de Ovidio que regresa bajo una nueva formulación: «Pero lo que permanece lo fundan los poetas».