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Carlos Aganzo

El Avisador

Mario Vargas Llosa y la historia de América

Le ha costado revoluciones, involuciones, y dictaduras con denominación de origen, pero al final la Americanía, ese territorio casi mítico que los historiadores sitúan entre el río Grande y la Patagonia, ha conseguido colocarse en los inicios del siglo XXI en el privilegiado grupo de las regiones emergentes, quizás frente a una Europa gastada, envejecida y hasta un poco aburrida. Pocos americanos como Mario Vargas Llosa, al que su vocación europeísta le ha hecho mirar siempre a aquel continente de una manera distinta, a medio camino entre el escrutador analítico y el hijo pródigo, se atrevieron en su día a apostar por este cambio. Pero lo cierto es que el último Premio Nobel de Literatura siempre lo vio así. Con intensidad dramática, con jocosa ironía o con razones de peso histórico, la carrera literaria de Mario Vargas Llosa ha corrido siempre en paralelo al propio desarrollo de América, y si un día fue uno de los mejores ejemplos de esa explosión de la literatura iberoamericana que sorprendió al mundo en los años sesenta, hoy tal vez representa un buen modelo al que podrían aspirar las nuevas naciones americanas.

Para el nieto de un diplomático peruano que administraba una plantación de algodón no fue difícil comprender enseguida cómo eran las diferencias de clase en el Perú o la Bolivia de los años cuarenta. Para el joven estudiante en el colegio de los hermanos de La Salle, que años más tarde descubrió su verdadera vocación literaria frente a la férrea disciplina del Colegio Militar Leoncio Prado, tampoco fue difícil conocer, de primera mano, los excesos de los valores conservadores de una sociedad americana que, en los años cincuenta, todavía mantenía intactos la mayor parte de los usos y costumbres de las colonias decimonónicas. Y para el estudiante de Derecho y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, resultó casi tan natural ingresar en el Cahuide, la versión particular del Partido Comunista peruano, como cambiarse muy poco después a la Democracia Cristiana de Héctor Cornejo Chávez, empezando enseguida a probar la picazón de la intención política en sus primeros artículos periodísticos. De todo esto, y de alguna cosa más, había en sus novelas de los años sesenta, aquellas con las que despegó con una fuerza arrolladora en el mundo de la literatura, en un tiempo de silencios donde América parecía incapaz de superar un trauma de siglos.

Hay una distancia neta entre los personajes de ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘Pantaleón y las visitadoras’ (1973), ‘Lituma en los Andes’ (1993) o ‘La fiesta del Chivo’ (2000). Todas estas novelas hablan de la misma América, incluso a veces lo hacen a través de los mismos personajes, pero con el paso de los años el retrato se va matizando, definiendo, perfilando. Cuando a principios de los años noventa Mario Vargas Llosa se presentó como candidato a la presidencia de su país por la coalición de centro derecha Frente Democrático, no fueron pocas las voces de la Americanía que lo acusaron de ‘occidentalista’, de renegado, de traidor incluso a toda esa corriente libertaria de la que él mismo, un día, fue también un apasionado defensor. Pero entonces Vargas Llosa hizo lo que había hecho siempre hasta el momento: ser él mismo, frente a las numerosas críticas e incomprensiones.
El tiempo, sin duda, le ha dado la razón. Aunque él lo siga mirando, de nuevo, desde un ángulo distinto, lo cierto es que los cambios en Chile, en Argentina, en Perú o incluso en Colombia, a pesar de las inmensas dificultades, están permitiendo que las viejas estructuras de estos países ricos, poblados por legiones de pobres, empiecen por fin a transformarse, recordando quizás otros tiempos en los que algunas democracias de la Americanía iban por delante, incluso muy por delante, de la vieja Europa. Que en América quedan todavía fantoches del pasado (véase, sin ir más lejos, a Hugo Chávez) es tan cierto como que la propia evolución de la economía iberoamericana, milagrosamente resistente a la crisis global, está propiciando, estos mismos días, el cambio social. Cuando la Academia Sueca señaló en Vargas Llosa «la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota», estaba reconociendo la peripecia personal de un escritor, pero también toda la historia de un pueblo, suma de otros muchos pueblos, que ha sabido levantarse al menos tantas veces como se ha caído.

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