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Carlos Aganzo

El Avisador

Libertad, ¿para qué?

¿Libertad para qué?, dijo Lenin, con un cierto regusto amargo en el corazón, en cuanto se dio cuenta de la diferencia radical que existe entre predicar y dar trigo. La verdad, ¿para qué?, añadió un tiempo después Stalin, que era mucho más práctico: “La verdad es una debilidad burguesa que debemos aprovechar engañando con la mentira a los capitalistas cuantas veces haga falta…” No sé por qué se me vienen a la memoria tales citas históricas estos días, cuando se juntan en un mismo espacio de actualidad leyes como la del tabaco y la de circular a menos de 30 kilómetros por hora por las calles de nuestras ciudades.

Vaya por delante que mi único amor por el tabaco viene de la mistificación probada que ejerce el humo sobre los sonidos en un viejo club de jazz, pero se me hace difícil de entender cómo se puede prohibir tanto y tan deprisa una actividad que, sin embargo, continúa siendo perfectamente legal. Tan legal como consumir alcohol, aunque las cifras del gasto médico para combatir sus abusos no lleguen a ser tan escandalosas. Como en ese poema que unos afirman que es de Niemöller y otros que es de Brecht, y que dice aquello de “primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista, / luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío…”, a veces me da por pensar que después de los fumadores vendrán los bebedores, y después, ¿por qué no?, los que tienen sobrepeso, y después tal vez los que no salen abrigados los días de frío… porque a los automovilistas también hace tiempo que el comisariado del pueblo les ha leído muy seriamente la cartilla, tan seriamente que muchos se han quedado con menos puntos que un ex combatiente republicano en los tiempos del racionamiento… Y todo en aras de la estadística. Porque la estadística, la más casquivana de las hijas de las matemáticas, se ha impuesto ya de pleno sobre el sentido común, gracias sobre todo a su capacidad para seguirle dando al Estado nuevos argumentos cada día para mantener sujeto al ciudadano.

Por decreto los mismos hosteleros que se gastaron el dinero en habilitar sus locales con zonas de fumadores y de no fumadores ahora han elegido que en sus locales no se fuma. Por decreto el Estado embarga las cuentas de los ciudadanos cuando estos sobrepasan límites de velocidad que sólo pueden mantener embridando hasta el bramido a los caballos de unos motores que se construyeron para ir más, mucho más deprisa. Por decreto las cajas se transforman en bancos, y las obras sociales sabe Dios en qué… Pero es lo que toca. En tiempos de bonanza no supimos hacerlo, y en tiempos de carencia la libertad, cogidita de la mano con la cultura, es la primera en ser llamada a declarar. Cuando escuchamos a personajes como Claudio Boada decir que la única salida real de la crisis se producirá cuando los empresarios, en el ejercicio de su iniciativa privada, puedan trabajar con libertad, se nos presenta ante los ojos una inmensa maraña de leyes, decretos, normas y trampantojos que habría que plantear de otra manera, empezando por el sistema educativo, pasando por la reforma laboral y terminando por la redefinición real, estructural y palmaria de un Estado que ha pasado de ser garante a convertirse en una carga cada día más pesada para el ciudadano contribuyente. ¿Libertad para qué? La libertad, lo dijo don Manuel Azaña, “no hace felices a los hombres, los hace sencillamente hombres”. Hay que aceptar que ésa es nuestra condición.

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