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Carlos Aganzo

El Avisador

Grupo Simancas: sueños de colores

Están enmarcados en un tiempo en el que el arte, frente a la opacidad de los días comunes, se presentaba co-mo una alternativa real para llenar la vida de sueños, de colores, de esperanza. Soñaron con el Montmartre de Toulouse-Lautrec, Van Gogh y Suzanne Valadon. Y, más concretamente, con la comuna francesa de Saint-Paul de Vence, entre los Alpes y la Costa Azul, un territorio donde el arte y la artesanía, la poesía, la música y la cultura convivían siempre en estado de complicidad. Y se pusieron a buscar, en los alrededores de Valladolid, su lugar en el mundo… Casi cuatro decenios después, unos viven y otros ya se marcharon. Sus nombres son Félix Cuadrado Lomas, Jorge Vidal, Domingo Criado, Gabino Gaona, Jacobo y Francisco Sabadell, y juntos formaron el Grupo Simancas, una de las referencias culturales más relevantes del Valladolid de los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición.

La amistad, sin duda, fue el aglutinante principal del grupo. La amistad y los sueños compartidos. Pasado ya el primer decenio del siglo XXI, Simancas mantiene todavía parte de aquel aroma artístico que, con el pretexto de la plástica, convirtió a esta localidad vallisoletana en un auténtico foco cultural. Cierto que Urueña, muy lejos entonces de pensar en transformarse en la Villa del Libro que es actualmente, fue la primera opción, con las avanzadillas de Gabino Gaona y el escultor Pablo Prieto, pero las distancias, que aún hoy pesan lo suyo, propiciaron que el lugar de la memoria de Leticia Valle fuera el elegido para constituirse en punto de encuentro intelectual y cultural de Valladolid en un momento en el que la sociedad española cambiaba a una velocidad de vértigo.

También es verdad que Simancas no hacía sino recoger la herencia de todo un caldo de cultivo cultural que había empezado a mostrarse con fuerza en el áspero Valladolid de los años cincuenta, tal vez coincidiendo con los primeros pasos de la superación de la posguerra y el inicio de la larga marcha del franquismo puro y duro. Los poetas, entonces, con nombres como José María Luelmo, Francisco Pino, Ángel de Pablos, Manuel Alonso Alcalde, Luis López Anglada, Arcadio Pardo o Justo Alejo, todos vallisoletanos o fuertemente vinculados a la vida cultural de Valladolid, buscaban ya con denuedo en la palabra ese espacio de libertad que la estrechez de la vida social de la época no permitía, y los pintores, fundamentalmente en los años sesenta, empezaron a mostrar una inquietud y una actividad que le dio cierta alegría a una ciudad que quería sumarse al despertar de otras ciudades españolas, como Madrid, Bilbao, Sevilla o, muy especialmente en aquel tiempo, Barcelona.
Recordar ahora la actividad del grupo, contemplando sus obras de arte o recorriendo las calles de Simancas bajo la extraordinaria presidencia del Archivo, es recordar con cierta envidia un tiempo en el que la tertulia, la experiencia artística compartida y, sobre todo, la complicidad cultural, estaban muy lejos de diluirse en el individualismo férreo que se instalaría en nuestra sociedad a partir de los años noventa.

Un espacio de colores nuevos y de palabras sin fronteras donde, después de un largo tiempo de silencio, quienes participaron en aquella aventura tuvieron, sin duda, la sensación de estar inaugurando el mundo. Y así lo hacían en realidad, porque el mundo se inaugura siempre cada vez que lo mira un artista.

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