Soñador, brillante, divertido y visionario, Mark Twain fue un pionero en el más amplio sentido de la palabra. Nacido bajo la estela del cometa Halley, pasa por ser el autor de la primera novela mecanografiada del mundo (‘Vida en el Mississippi’, 1883), y en su tiempo fue célebre, entre otras muchas cosas, por equivocarse tan solo un día en la predicción de la fecha de su muerte. Su amor a la letra impresa le llevó, literalmente, a la ruina; después de haber sido tipógrafo, periodista y novelista, cuando tenía 52 años invirtió todo su capital en la financiación de un nuevo modelo de linotipia, pero la crisis de 1893 hizo fracasar la empresa y le dejó prácticamente con lo puesto. Nunca se repuso del golpe y, aunque se supo ganar la vida pronunciando conferencias y contando sus aventuras por todo Estados Unidos, las dificultades económicas no le abandonaron hasta el último de sus días. Eso no impidió que su obra, escrita fundamentalmente en el último cuarto del siglo XIX, se convirtiera en uno de los grandes modelos que contribuirían a forjar la gran novela americana de la centuria posterior.
Su voracidad viajera y sus propias experiencias biográficas, unidas a una escritura clara, concisa y de fuerte contenido social, en consonancia con sus grandes dotes periodísticas, forman un cóctel personal que consiguió llegar al corazón de millones de lectores, si bien el escritor no pudo disfrutar suficientemente en vida de sus derechos literarios. Sus andanzas infantiles en el puerto fluvial de Hannibal (Misuri), donde se trasladó su familia cuando tenía cuatro años, y su trabajo como piloto de un barco de vapor le sirvieron para dibujar el ambiente de la que sin duda es su obra más universal, el conjunto que forman las novelas ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ (1876) y ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’ (1884). De hecho, su seudónimo, Mark Twain (su verdadero nombre era Samuel Langhorne Clemens), obedece a la transcripción fonética de la expresión «marca dos brazas», que los esclavos negros que trabajaban en los vapores del Misisipi utilizaban para indicar la profundidad mínima con la que los barcos podían navegar.
Aunque no puede considerársele un revolucionario, ya que su sentido de la transgresión y de la crítica de las contradicciones de la sociedad de su época se manifestó preferentemente por medio del humor, lo cierto es que Twain también fue pionero en la utilización de la literatura para la transformación social. Durante la guerra fue reclutado como soldado confederado, pero el amor de su vida, la mujer con la que se casó, Olivia Langdon, fue una célebre militante del llamado ‘Under-ground Railroad’ (ferrocarril subterráneo), una red que se dedicó a liberar a multitud de esclavos. Una realidad que el escritor conocía desde los días de infancia en la granja de su tío John, donde trabajaba una veintena de esclavos negros.
Su conocido retrato con la toga y el birrete de doctor honoris causa por la Universidad de Oxford sirve para dar carta de identidad al reconocimiento académico, al final de sus días, de una incansable labor de escritura, que gozó siempre más del gusto popular que del aprecio de la crítica. Un siglo después de su muerte, la obra de Mark Twain representa el vigor, el ingenio y la capacidad de seducción de la mejor narrativa estadounidense, tanto en sus novelas como en ese tramo corto, el relato, que tan buen predicamento ha tenido siempre de norte a sur de América. La frescura que desprende su obra, incluso en los momentos de mayor denuncia de los sufrimientos del hombre, encaja perfectamente con una de esas frases que se le atribuyen y que le sirvió de guía en una vida llena de dificultades: «Cumplamos la tarea de vivir de tal modo que cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta».