El juego de las analogías funciona siempre en nuestro cerebro de manera sorprendente. La extraordinaria fotografía que actúa como reclamo a la exposición ‘La hora del recreo’, cuya inauguración, ayer, ha servido como acto de apertura de la XLIV edición de la Feria del Libro de Valladolid, muestra a un grupo de niños jugando al corro en una playa de Iberoamérica, acompañados por un perro que observa la rueda infantil desde fuera, con curiosidad canina. El giro de los muchachos, que representa la irrenunciable necesidad del juego frente al abuso del trabajo infantil, como denuncia el libro que acaba de publicar la Fundación Telefónica, recuerda poderosamente a un cuadro de Matisse, ‘La danza’, que en su día le sirvió a Manuel Vicent, uno de los invitados de honor de esta feria, para reflexionar sobre el sentido del arte, con una lucidez cercana a la clarividencia. «Una pincelada de más acaba por estropear un cuadro, una sola palabra puede arruinar un poema», escribía Vicent en el ‘pie de foto’ que desvelaba el secreto de este cuadro del impresionista francés, donde un corro de muchachas desnudas giraba en un círculo ideal que se parecía mucho al concepto de felicidad que podría anidar en el sentimiento de cualquier ser humano.
Sin embargo, y al contrario que los niños de la playa, las muchachas del óleo de Matisse no han terminado de ‘cerrar’ el cuadro: si se mira bien, el esfuerzo de una de ellas por recuperar la mano de su compañera, perdida en uno de los giros de la rueda, le da a toda la composición una tensión, una gracia y una alegría especiales.
Leer a Manuel Vicent, que protagonizará un encuentro en la feria con el periodista Ángel Sánchez Harguindey, es siempre un ejercicio combinado de inspiración y de lucidez. Lo mismo cuando escribe crónicas parlamentarias que cuando nos lleva al Levante de los sueños ideales con novelas como ‘Tranvía a la Malvarrosa’ que cuando traza alguno de sus ya míticos ‘retratos’ de los grandes personajes de la transición española… La contención justo en el límite, la búsqueda del instante de magia, la capacidad de evitar, en el último momento, la palabra inconveniente que podría arruinar la virtud del conjunto, son algunas de las claves que han hecho de él un escritor sin duda singular.
Maestro del instante detenido, en un bello poema titulado ‘Semáforo’, que cobra todavía mayor vuelo después de haber sido musicado por Amancio Prada, Manuel Vicent nos habla de esa «breve ilusión» del que cruza su mirada por unos segundos con una bella joven situada al otro lado de la calle, esperando ambos a que el semáforo se ponga en verde para los peatones. «Los dos al cruzar / sonreímos un instante… / Y no la sé retener. / Al llegar cada cual a su acera / ya para siempre / nos habremos olvidado», dice Vicent. La misma constatación que experimentamos frente al cuadro de Matisse: el gozo de retener (en un lienzo, en un poema, en un fotograma…) ese instante de felicidad que se evapora en el mismo momento en que lo tocamos con las manos del presente.
«El arte –escribe Manuel Vicent cuando reflexiona sobre el genio de Matisse–consiste siempre en detenerse». Y no puede haber mejor definición. Entre el 29 de abril y el 8 de mayo, presidida por la imagen de ese pavo real que representa la belleza natural de los jardines del Campo Grande, la Feria del Libro de Valladolid nos invita a vengarnos de los días comunes, a renunciar a las prisas, a desechar la obscenidad del tiempo que transcurre sin sustancia deteniéndonos, todas las veces que sea preciso, en esas puertas abiertas al misterio, al sueño y a la emoción que son los libros. En vivo y en directo, al lado de Manuel Vicent un buen puñado de escritores animarán con su presencia ese universo eterno de realidades y de ficciones que sirven para que el hombre viva más plenamente, como nos recordaba hace solo unos días Ana María Matute tras recibir el Cervantes. Libros que pueden servir para apoyar causas solidarias, como la lucha contra la esclavitud del trabajo infantil, para ayudarnos a enfrentarnos al mundo o, simplemente, para divertirnos y hacernos soñar. O también, por qué no, para despertarnos, obligándonos a mirar la realidad desde un ángulo al que a lo mejor no estamos acostumbrados. Porque eso es también el arte: detenerse a buscar la verdad oculta de las cosas. Y eso a pesar de que, como nos dice Vicent, «el que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla».