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Carlos Aganzo

El Avisador

Ernesto Sabato y el árbol de la conciencia

Lo que no consiguieron darle ni la ciencia ni el socialismo real, sus dos grandes pasiones de juventud, se lo terminaron ofreciendo la pintura y la poesía. La poesía, como a él le gustaba decir, «no en el estrecho y equivocado sentido que se le da en nuestro tiempo, sino en su más profundo y primigenio significado». Desertó del Partido Comunista en 1934, escapándose a París tras ser llamado a capítulo por Moscú; temía que los dos años de reeducación en las Escuelas Leninistas se convirtieran en un pasaporte para el gulag. Dimitió de la ciencia en 1943, después de haber trabajado en el Laboratorio Curie, el más alto honor al que podía aspirar un físico de su tiempo, y lo cambió todo por el arte y la literatura. «El arte es la única salida de un mundo en el que se ha sobredimensionado la adoración a la razón», me decía en una entrevista en 1992, cuando sus ojos ya no le dejaban leer otra cosa que los títulares de los periódicos, aunque sí le permitían entregarse a los trazos gruesos, duros, «sobrenaturalistas» de sus cuadros. Quizás, con María Zambrano, Ernesto Sabato (pronunciado Sábato, a la italiana) siempre intuyó que ni los sueños ni los sentimientos, los dos motores más sólidos del ser humano, se encontraban exactamente en el cerebro, sino en ese indeterminado lugar de nuestro ser que es el corazón humano. Merece la pena recordar ahora que ya en los años cuarenta, cuando el mundo se rompía en dos como consecuencia de la Guerra Mundial, el profesor Ernesto Sabato ya alertaba de la capacidad de la ciencia y la tecnología, desde la propia amoralidad de su carácter, de llevar al mundo hacia el desastre si no retomaba la senda del humanismo…

Es muy difícil entender en toda su profundidad la obra de Ernesto Sabato sin entender su renuncia al árbol de la ciencia en busca de las raíces más profundas del árbol de la conciencia humana. Esa misma conciencia que le llevó a fundar en la Universidad el Grupo Inxurrexit, a vivir en batalla permanente con prácticamente todos los gobiernos de su país y a convertirse en un símbolo mundial de la dignidad del hombre con la elaboración del célebre informe para la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas que le encargó Raúl Alfonsín.

Lo mismo que es imposible comprender el último sentido poético de sus grandes obras sin el cruce original del surrealismo europeo con su personal humor negro, de indiscutible raigambre hispánica. Después de dedicarse, durante no poco tiempo, a elaborar ‘cadáveres exquisitos’ en el mítico Deux Magots de París, al lado del gran Óscar Domínguez, se adelantó a la desgracia de su propia ceguera (exactamente igual que Borges) consignando sus fantasmas en el estremecedor ‘Informe para ciegos’ que completa ‘Sobre héroes y tumbas’, sin duda uno de los grandes títulos de la literatura escrita en castellano en el siglo XX. Lo que son las cosas, en 2009 Sabato, al lado de Francisco Ayala y de Miguel Delibes, fue propuesto por los autores españoles como candidato al Nobel de Literatura. Ninguno de los tres lo consiguió. Peor para el premio.

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