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Carlos Aganzo

El Avisador

Carmen Martín Gaite o la fuerza de escribir entre visillos

Cada vez que pienso en Carmen Martín Gaite la recuerdo tocada con uno de esos gorros suyos, que tanto le gustaban, y prendida sobre él, con grandes letras brillantes, la palabra «jazz». A Carmiña, como le llamaban los más allegados, le gustaba mucho el jazz; sobre todo el jazz latino. Casi tanto como le gustaban los boleros, la rumba, la cumbia o el chachachá. Sin duda, entre mis mejores experiencias artísticas se encuentra la preparación del disco ‘Tiempo de baile’. Su cuñado, Chicho Sánchez Ferlosio, y Alberto Pérez, ensayaban y pulían los temas, y Carmen Martín Gaite ponía el punto crítico: «va demasiado deprisa», o: «falta corazón». A mí, ya que Chicho me había pagado mis primeros cinco duros de derechos de autor por auxiliarle con la letra del bolero, me dejaban meter baza sólo muy de vez en cuando, y completaba el quinteto el periodista Javier García Rangel. Cuando terminaban los ensayos, unos volvíamos todavía al periódico, mientras otros se iban a bailar, con la música en vivo de la orquesta, a un conocido club del barrio madrileño de Prosperidad. Allí era donde triunfaba, ya sin paliativos y en la pista, el criterio musical de Carmen Martín Gaite…
Cada vez que pienso en Carmen Martín Gaite, recuerdo sus poemas por encima de sus textos en prosa, su manera de trabajar «entre visillos», como se titulaba su primera novela de éxito, para hablar de lo íntimo, de lo secreto, de lo profundo, con una voz única e insustituible. Había conocido en Salamanca a Agustín García Calvo y a Ignacio Aldecoa, y fue este último quien le introdujo, después, en el núcleo central de la llamada Generación del 55, donde militaban además autores como Alfonso Sastre, Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet. Eso sí, mientras Rafael, el que después sería su marido, deslumbraba por su mirada larga sobre las cosas, Carmen, Carmiña, destacaba por su capacidad de seguir mirando hacia lo pequeño, hacia lo más conmovedoramente humano, sin por ello dejar de hacer literatura grande de verdad. El mundo a flor de piel.
Algo semejante a lo que ocurría entre Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite sucedía también con Juan Benet. Mientras el escritor fue reconocido enseguida como un gran creador literario, sobre todo después de la publicación de ‘Volverás a región’ (¿cuántos autores españoles han entrado en los libros de texto españoles tan temprano como Sánchez Ferlosio, Benet o Martín Santos?), a la autora de ‘El cuarto de atrás’ le fue siguiendo muy poco a poco, pero cada vez con mayor fuerza y verdad, toda una legión de lectores. De hecho, al final de sus carreras literarias, a Benet sin duda se le hurtaron muchos de los grandes premios que merecía, mientras que Carmen Martín Gaite fue rompiendo, uno tras otro, todos los moldes instalados machaconamente por el ‘stablishment’ literario de un país profundamente machista. Parece mentira, pero ella fue la primera mujer que ganó el Nacional de Literatura. Después vinieron muchos otros reconocimientos, pero sobre todo el amor de un público que le fue siempre fiel.
Pasado el tiempo, junto a la sólida propuesta literaria de Benet o de Sánchez Ferlosio, la literatura ‘entre visillos’ de Carmen Martín Gaite cobra cada día mayor protagonismo. Sus lectores así lo demandan. Será la fuerza de la letra menuda. O el calor del cha-cha-chá. Quién puede decirlo.

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