Siempre te recordaré con tu inseparable carpeta en la mano. Con tu característico andar con los pies arqueados. Con tu barba de tres días (algo que copié de ti) y patillas largas. Un cierto aire descuidado, pero que es el ADN de los genios. A mí, personalmente, me lo pareciste. He de reconocer que tu […]
Siempre te recordaré con tu inseparable carpeta en la mano. Con tu característico andar con los pies arqueados. Con tu barba de tres días (algo que copié de ti) y patillas largas. Un cierto aire descuidado, pero que es el ADN de los genios. A mí, personalmente, me lo pareciste.
He de reconocer que tu personalidad impactaba. Decías lo que pensabas, aunque te perdieran las formas. Te vi en varias ocasiones en estado puro. Esa mirada desencajada. Tus gafas ladeadas. No te callabas ante nada y frente a nadie. Recuerdo una tarde, en un entrenamiento en el Calderón, cómo te encaraste con un aficionado por meterse gran parte de la sesión metiéndose con Manolo Sánchez Delgado. No fue una pose. Ni un gesto para quedar bien. Siempre defendiste a tus jugadores. Con Gil te las tuviste tiesas por los tuyos. Por tu integridad, ellos siempre estuvieron a muerte contigo. A ninguno le oí criticarte o hablar mal de ti. Pese a que le hubieras metido una buena bronca o no le dieras ‘bola’. Eras la referencia y el líder del vestuario. Allí, todo el mundo te respetaba. Y lo daba todo e incluso, llegado el caso, hubiera matado por ti.
Otro rasgo característico tuyo fue tu cambio de humor. Me desconcertaba que un día pasaras por delante y no saludaras, mostrando frialdad; y al siguiente, lo hicieras con naturalidad y cercanía. Me costó entenderlo. Cuestión de tu personalidad. Tu forma de entrenar era espectacular. Mira que pasaron entrenadores por el Atlético en la ‘era Gil’, pero tus entrenamientos nunca dejaban indiferentes a los que los seguíamos. Cuidabas todas las facetas: física, técnica, táctica y psicológica. Me acuerdo del rebote que te cogiste cuando José María Rodríguez, mi compañero en MARCA, te diseccionó las jugadas de estrategia. Al día siguiente nos metiste en la salita que tenías antes de entrar en el vestuario y nos echaste un buen rapapolvo. Pero también supiste escucharnos.
Contigo viví situaciones peculiares. Ahí está el día que te tuvimos que convencer José Félix Díaz y yo para reunirte con Benito Floro de cara a un derbi… de cañas. O cuando paraste un entrenamiento por ver a alguien de amarillo, o el rebote que te cogiste al ver que Futre se había dormido en un entrenamiento, o la mañana que me cogiste a mí y a ‘Picu’ Díaz para darle un buen repaso a Koeman por meterse con Floro o el día que hiciste a un futbolista ir en su Porche detrás del autobús del equipo hasta Badajoz por llegar tarde a la hora de salida del autobús. También cómo reclamaste a Rubén Cano la prima por la Copa del 92 a Manolo Alfaro sin ser jugador de la primera plantilla. Esas historias las he recopilado en un libro. Pero no es el momento para promocionarlo.
Nunca olvidaré tus lecciones de fútbol en ‘El Marcial’, pese a mi condición de trabajar en un medio que no te caía bien. De cañas, me enseñaste a mí, y a otros colegas, entresijos, anécdotas y a debatir sobre el bendito mundo de la pelota. Tus coletillas quedaron grabadas en la mente de todos: “La Liga se decide en los últimos diez partidos”, “Hasta el más tonto te hace un reloj de madera”… Años después, cuando llegaste a la Selección, incorporarse un concepto: ‘La gran sentada’. Quisiste debatir la filosofía de juego del equipo con futbolistas, entrenadores y periodistas. Diste con la tecla: el tiqui-taca. Y bautizaste al equipo de todos con ‘La Roja’.
Nos hiciste campeones de la Eurocopa 2008 y sentaste las bases de los futuros éxitos de ‘La Roja’. Recuerdo que en tu vuelta al medio, que en su día vetaste a la hora de hacer entrevistas personalizadas porque no compartías su línea editorial, quisimos darte nuestro particular homenaje. Cuando nos avisaron que estabas entrando en el edificio, los más veteranos, ordenamos hacerte un pasillo hasta la sala de reuniones del diario, donde iba a tener lugar la entrevista y la sesión de fotos. Al llegar a ese punto, sin hablarlo, alguien inició un aplauso, que instantáneamente hizo el resto y se convirtió en una salva atronadora acompañada del cántico: “Luis Aragonés, Luis Aragonés”, entonado en el Manzanares.
Hace un mes, intenté reencontrarme contigo. Fue en la comida anual de los Veteranos del Atlético. Quería verte para hablar sobre un proyecto de un libro que voy a acometer con un compañero. Al no verte allí con los tuyos, pregunté por ti. Me dijeron que te pasaba algo en la piel. Me llevé un chasco. Hace poco, en un desayuno con varios veteranos que te conocen bien, me dejaron con algunas dudas sobre tu enfermedad. Esta mañana me he quedado de piedra al escuchar en la cama la noticia: “Luis Aragonés ha fallecido a las 06.15 de la mañana”. Desgraciadamente, no estaba dormido. Me levanté de la cama y me puse a escribir esto. Es mi pequeño homenaje: “Va por ti, Luis Aragonés”.