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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El bosque de las resinas

Durante más de cuarenta años, entre 1959 y 2000, José Ángel Valente fue anotando en un par de cuadernos proyectos, lecturas, asuntos de vida, reflexiones y aforismos, entremezclados con recortes de prensa. Salvo algún fragmento aislado que utilizó en sus libros, nunca hasta ahora habían visto la luz. Coral, su compañera, los custodió tras su muerte, y en 2009 se los mostró a Andrés Sánchez Robayna, que ya había cuidado de sus ‘Obras completas’, y que de nuevo volvió a ocuparse de la edición de esta inesperada obra.

Ya es imposible averiguar qué destino pensaba dar el poeta a este aluvión de notas. En una de ellas, con una cita de Robert Musil, se defiende precisamente de las recopilaciones postreras: “Lo más frecuente es que las obras póstumas evoquen de forma sospechosa las liquidaciones o los saldos”. Por otra parte Valente no era nada amigo de biografías, ni de abrir la intimidad en un Diario, que él en cualquier caso quería anónimo y sin pretensiones de última verdad: “Diario anónimo: papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún modo debieran haber existido”. Y tampoco hay aliento en su obra para el espejo fiel o el autorretrato. En una nota de 1978 se miraba así: “Vivió ligeramente a un lado de su vida para que todo parecido con su supuesto personaje fuera solo atribuible a involuntaria coincidencia”.

Pero frente a ese marco teórico este Diario se alza como una acumulación sin estructura, sin intencionalidad global. Es un rastro de algunos quehaceres del poeta y del hombre; con la única orientación de la precisa cronología. Y que nos permite seguir su lenta transformación individual al compás del tiempo colectivo encabalgado en su prosa, capaz de encerrar en una frase una larga evolución. Privilegio de poeta. Un Diario de tiempos, que arranca con el escritor encuadrado en la lucha política, en la militancia filomarxista en la que abundan lecturas hoy casi olvidadas de Lukács o de Karl Korsch que concluyen en proclamas de esta índole: “No hay una conciencia privada que el poeta pueda consolidar mínimamente o expresar mínimamente al margen de la historia”. Por esos años sesenta concurre a un congreso de escritores en Bled, en la antigua Yugoslavia, junto con escritores como Neruda, Spender, Hierro, Miller, Evtuchenko (“un actor barato”). La etapa deja un cómico paso de una noche en comisaría, y se cierra en torno a un celebrado viaje a Cuba a finales de 1967.

A partir de ahí, sin que trasciendan rupturas o desencantos, las lecturas y reflexiones van tomando otra orientación. Los compromisos exteriores ya no cercan sus proyectos. Empieza a tomar forma su Punto Cero en torno a lo innombrable, lo indecible: “Porque toda palabra poética ha de dejar el lenguaje en punto cero, en el punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad”. Y es el tiempo de la apertura de Valente a nuevas fuentes hermanadas por una búsqueda profunda de lo que no es directamente comunicable. En Kandinsky encuentra “la unión del silencio y de la palabra”, profundiza en músicos como Webern (“El silencio es la memoria primordial. O la memoria primordial es una memoria del silencio”), y sus lecturas voraces y políglotas le acercan a los cabalistas judíos, Edmond Jabès, Molinos, Pessoa, Celan, Blanchot, los poetas japoneses del zen y un larguísimo etcétera.

Si en gran parte del libro las cuestiones personales están totalmente ausentes, un hecho terrible abre las notas a su dolor: la muerte de su hijo Antonio en 1989. Valente sufre un infarto a los pocos días, y de ahí al final del diario los recuerdos estremecidos de su hijo se mezclan con las manifestaciones dolientes de su cuerpo, que siente cercana la fecha final (“la soledad se puebla de fantasmas…el frío arrasa la memoria y ya empezamos a no ser”). En esa apertura al sentimiento íntimo hay sitio para el amor por Coral (“si alguna vez lees esta página, cuando yo ya no esté, sabe que te quiero”), también para la anotación vanidosa de recitales y relaciones. Pero su tiempo va agotándose: “El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparente”.

“Escribir es como la segregación de las resinas: no es acto, sino lenta formación natural”. Estas páginas nos permiten pasear libremente por el bosque donde se compusieron sus libros, donde se lograron sus resinas. Un bosque apasionante.

 (“La Sombra del Ciprés”, 19 de noviembre de 2011)

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