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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Notas de oyente y lector


Hace unas semanas Olvido García Valdés conversó con Amelia Gamoneda de su último libro, ‘Lo solo del animal’. Leyó algunos poemas en medio del silencio que siempre envuelve las sesiones dela Fundación Segundoy Santiago Montes, describió circunstancias, trajo nombres y móviles de escritura. Este es el rescoldo de sucesivas lecturas apoyadas en aquella tarde.

Uno. Ensimismada. Olvido concibe su libro como un único poema, aunque se presente fragmentado en muchos. Un poema de alrededores, de quedarse ensimismada en la vecindad de sus ojos, de sus oídos, también de los abismos de la conciencia o del alma. Ensimismada, pero saliendo de sí misma. Hacia afuera: “el saltamontes en el muro blanco y al fondo / la cebada de abril”.

Dos. Fascinación. Es el visor con el que contempla y tiñe el mundo cercano y microscópico, de pequeños seres ajenos a la racionalidad. Fascinación, atracción que con su poder diluye al observador. La fascinación tenía mala fama en los años de formación de la generación de Olvido. En la crítica marxista conducía a la alienación. El cine alienante, se decía, el que impide la conciencia social y política, el que te absorbe para no dejarte razonar, el que te deslumbra para no dejarte ver: “Quien mira pierde el tiempo mecido / por la brisa de agosto en la mañana”.

Tres. Para Hegel la alienación es “conciencia de sí mismo como naturaleza dividida”. Desgarro, desunión, alejamiento. También enajenación, vivir hacia lo ajeno, separarse de sí. En la etimología de alienación está alienus: extraño, ajeno. Una otredad radical y al tiempo inmediata. La mosca: “se vuelve objeto / de observación si no de afecto, porque / ahí está y su estar quieta o atusarse / con la patita el ala es algo /cercano que persiste”.

Cuatro. La crítica cinematográfica de los años posteriores a la ortodoxia marxista nos redimió de la fascinación, de la cinefilia absorbente. Qué descanso. En las obras maestras de la pantalla no cabe la evasión, aseguraron las nuevas teorías del texto, pues de manera cifrada se están tocando los grandes conflictos que nos atraviesan: la identidad, la madurez, la muerte, el tiempo y su nostalgia, el amor, la fusión con el otro… El viaje fuera de ti encontraba una escenificación catártica que acababa dando la vuelta al camino, un camino que retornaba de nuevo a ti. Un despertar en lo oculto, una anamnesis platónica.

Cinco. El mundo hacia el que Olvido se dirige con persistencia es minúsculo, particular, azaroso, opuesto a las grandes avenidas de la narración: “Desprenderse, hacer limpieza, la vida / que queda en lo que pasa y no es / de nadie”. A veces recoge jirones de existencia, rastros de paso de animales: “la camisa transparente podía ser de breve / lagartija o de libélula, luminosa carcasa casi ala”. ¿Lo que es solo de ellos, lo solo del animal? “lo leve / permanece y lo no vivo”. En otros pocos casos, incrustado por sorpresa, asoma en la página un relato breve que apresa una anécdota, un trozo de universo cotidiano.

Seis. Qué hacer con la otredad. El cine, cualquier gran arte narrativo, devuelve en la oblicuidad de su trama conocimiento, reconocimiento, espejo. La narración que te nombra, que te constituye. Al poema de Olvido retorna también ese mundo externo en el que se sumerge, fascinada. Vuelve sin cifra, sin catarsis, como retazos de experiencia: “intermitente / escucha la conciencia”. El botín, el saber, es indirecto y sobre todo misterioso. No es mercancía, otra palabra que el marxismo generacional nos enseñó a despreciar: “todo lo que aprendimos / fue por ósmosis”. El poema es la herida o la cicatriz del viaje hacia la otredad, viaje sin cálculo turístico.

Siete. El comienzo del camino. Un periodista pregunta a Theo Angelopoulos para qué hace cine. El director griego echa mano de una respuesta de Borges: “Para endulzar el tiempo que pasa”. Y con tono solemne subraya en el francés académico en que responde:”Pour-adoucir-le-temps-qui-passe”. Más rotundo se mostraba Kiko Veneno hace unos días al presentar su nuevo disco: “Mis canciones están hechas desde la alegría. Toda mi carrera se construye sobre ese principio, para mí la alegría es un deber moral”.

Ocho. Endulzar como alivio, insuflar alegría como deber moral. Olvido responde a una demanda de Amelia Gamoneda con voz aún más honda que la de Angelopoulos: “Mi poesía surge de la desdicha. No de la pena, o de la enfermedad, o del dolor, o del sufrimiento. De la desdicha”. La desdicha, qué palabra, qué frontera para arrancar: “sí, y el dolor / intransitivo, aunque la pena no”. Dolor hacia dentro, pena tal vez comprendida o compartida. ¿Y la desdicha? Su totalidad tajante la excluye de comparaciones, la saca del tiempo biológico que sí encuentra categorías en estos versos: “aún no la ceguera, aún no cierta / enfermedad última, no dolores / insufribles ni la falta completa / de futuro”.

Nueve. Por fin, los poemas, o el poema único. La escritura como salmodia, como voz sin garganta que no cesa, como rumor del aire mezclado y alimentado de los seres que lo pueblan, de sus imperceptibles manifestaciones. Lejos de la comunicación, siempre cerca del misterio. “Más que edificio, es río”, declaraba Olvido en este periódico. “de nuevo sólo sensitiva y animal de trino el alma”.

 

(publicado en La sombra del ciprés el 23 de junio de 2012)

 

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