Un 4 de mayo de hace pocos años Marcus du Sautoy, catedrático de matemáticas de la Universidad de Oxford, vio entrar a su despacho a uno de su tesinandos. No venía en la habitual misión de exhibir progresos o salvar escollos, sino a mostrarle algo más de fondo, sus dudas profesionales. No alcanzaba a comprender dónde le llevaría tanto esfuerzo solitario, ni quién iba a prestar atención a sus logros finales. Hace unos meses otro de sus colaboradores destacados había sucumbido a una tentadora oferta de la City londinense, a pesar de que como dice Sautoy “ya había intentado escalar esta montaña conmigo”. Entre los dos dejaron colgada en el aire del despacho la maldita pregunta: ¿Para qué sirve todo esto?
No hace falta ser un matemático de altura para toparse con el interrogante. Quien se haya adentrado o rozado la amplia variedad de universos teóricos la ha encontrado, y no digamos el que ejerce la enseñanza de filosofía, de lingüística o de latín. Cualquier alumno la tiene en sus labios, aunque en sus estudios haya tenido que memorizar el imperativo categórico con el que Kant apartaba del comportamiento correcto cualquier premio o atractivo ajeno a su cumplimiento. Marcus du Sautoy se acordó en ese día de mayo de Hardy y su obra ‘Apología de un matemático’. G. H. Hardy, colega suyo en la Universidad de Cambridge en la primera mitad del siglo pasado, tenía claro que las matemáticas, como la moral kantiana, deben originarse y celebrarse en sí mismas, sin justificaciones externas, y su colega francés Poincaré lo repetía de manera seductora: “El científico no estudia la naturaleza por la necesidad de hacerlo; la estudia porque obtiene placer, y obtiene placer porque la naturaleza es bella. Si no fuera bella no valdría la pena conocerla, y si no valiera la pena conocer la naturaleza, la vida no sería digna de ser vivida”. Hardy incluso aventuraba un premio excelso y único a quien alcanzase metas nuevas: la inmortalidad, pues los hallazgos matemáticos no pierden jamás su certeza.
Marcus du Sautoy debe de ser un tipo entusiasta, capaz de vencer los nubarrones negros que en cada mayo sobrevolarán el cielo de su despacho. Ha conseguido importantes distinciones profesionales, pero también se ha empeñado en convencer a todos, colaboradores cercanos y lectores lejanos, de las virtudes intrínsecas de las matemáticas: “La soledad es lo más difícil de mi trabajo. Para ser matemático debes estar predispuesto a estar contigo mismo siempre, a solas. Como en una isla desierta. Solo con tu mente para explorarla. Por eso complemento mi parte de matemático con la divulgación. Es la parte social que complementa mi otro yo”.
Su labor de divulgación arrancó en 2003 con un libro inolvidable, ‘La música de los números primos’, publicado en nuestro país por Acantilado con una fluida traducción de Joan Miralles. En bastantes ocasiones se confunde esa labor de acercamiento a una disciplina con la rebaja del discurso inicial a las anécdotas que la rodean, algo así como dejar la obra de Borges en manos de su ceguera sentimental o las composiciones de Bach en las privaciones que pasó. Marcus du Sautoy no quiere expulsar a ningún lector de sus páginas sobre los números primos, pero tampoco renuncia a lanzar la vista lo más lejos posible. Como buen estratega, prueba enganches que vayan ablandando reticencias, desde trucos de memoria para retener códigos extensos hasta mecanismos de encriptación para las tarjetas de crédito que viajan desnudas por Internet. Pero sobre todo se agarra a una fórmula irresistible en la que late su raíz de empirista anglosajón: las matemáticas se fraguan en el accidentado cruce de una biografía y una sociedad. Tras los avances bendecidos con un traje intemporal, en cada habitación del edificio aparentemente deshabitado cruje la lucha de tipos que, como todos, buscan el bienestar y la realización de sus inclinaciones. Y en esa táctica se emplea la pluma de Sautoy con poder magnético. Antes que nada, estamos ante un espléndido narrador.
Estas virtudes brillan de nuevo en su segundo libro, ‘Simetría’, también en Acantilado, en el que se incrementa aún más la rugosidad humana con la incorporación del propio autor a la trama. El comienzo es tajante: “Hoy cumplo 40 años. Hace 40 grados. Me encuentro cubierto de crema solar de factor de protección 40…”. 40, el número que no le dejará ganar la medalla Field que solo se otorga a los menores de esa edad, el del exilio del pueblo judío por el Sinaí donde se está tostando Marcus, el que divide la vida en dos partes simétricas a la manera de Dante. Juegos y reflejos al inicio de un viaje deslumbrante por la simetría que estalla en el capítulo en el que el autor y su hijo recorren infatigablemente La Alhambra en busca de las 17 formas simétricas que los artistas nazaríes dejaron en los muros, 500 años antes de que los matemáticos demostraran que ese es el número máximo de esas transformaciones (el día que leí el capítulo encontré una de sus últimas ideas en los adoquines de la calle Núñez de Arce. La prosa de Sautoy se apodera de la mirada). Y como en la anterior obra, los nombres de carne y hueso van tejiendo la narración: la apasionante disputa de Cardano y Tartaglia, la triste historia del noruego Abel, o la enfebrecida de Galois, que ya había merecido una memorable recreación en ‘Cumpleaños’ de César Aira.
Matemáticas, pero también matemáticos. Unos tipos especiales a los que la pasión no les deja sitio para la pregunta por la utilidad de lo que hacen. Cuando Marcus du Sautoy estaba en los comienzos de su carrera, se empeñó en conectar con un grupo de Cambridge famoso por sus trabajos recopilatorios sobre todas las formas de simetría. El primer encuentro parece narrado por Jack London o Emilio Salgari cuando se ocupan de las fratrías de cazadores de tigres o exploradores del Ártico. “El hombre que vi parecía un vagabundo, con un pelo enmarañado que le brotaba por toda la cabeza, pantalones deshilachados por los dobladillos y una camisa llena de agujeros. Estaba rodeado de bolsas de plástico que parecían contener todas sus posesiones mundanas”. Pronto llega el jefe del grupo, que “me sonrió con un intimidante brillo de locura en sus ojos. Estábamos en lo más crudo del invierno, pero este hombre estaba sentado tan campante con sandalias y una camiseta con el desarrollo decimal de π, que recorría a lo largo y ancho todo su voluminoso cuerpo”. La rareza del genio, del artista, sea músico, pintor, poeta o científico. No acaba ahí la impresión primera del autor, pues inmediatamente le enseñan la captura de la que están más orgullosos, una ballena blanca a la que llaman el Monstruo que vive en un espacio de 196.883 dimensiones (el nuestro nunca pasa de 3), y que presenta más simetrías que átomos tiene el Sol. Al primer rugido del animal Marcus ya había decidido que viviría para siempre en esa fratría de matemáticos iluminados.
Los mi5terios de los númer6s
Acantilado acaba de publicar una nueva obra de Marcus du Sautoy con ese título invadido por cifras, en otra cuidada traducción de Eugenio Jesús Gómez de Ayala, que ya se había ocupado de ‘Simetría’. Resulta que Sautoy se ha ido convirtiendo en algo parecido a una estrella mediática. Sus libros se han vendido y traducido con abundancia. Ha protagonizado series didácticas como ‘La historia de las matemáticas’, con la BBC. En 2006 fue elegido para impartir las Lecciones de Navidad en la Royal Institution, una tradición navideña que dura desde 1825 y que al ser emitida por la BBC congregó una audiencia millonaria. Y tras ello llega la decepción de su nuevo libro, que no es más que una sucesión de anécdotas más o menos hiladas en torno a cinco de los problemas del Milenio, famosos sobre todo por la recompensa de un millón de dólares que el empresario Landon Clay ha ofrecido a quien los solucione. Alguno de los apartados ya aparecía en las obras anteriores, pero sobre todo lo que más se echa en falta es una estructura general cosida con pasiones humanas. Sin ese armazón la obra pasa de ser adictiva a simplemente aditiva. Esperemos que el Monstruo aplique a Marcus un par de dentelladas simétricas que le haga abandonar su letargo.
(publicado en ‘La sombra del ciprés’ el 1-12-2012)