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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Pretérito Imperfecto de Agustín

No habrá persona más opuesta y enemiga de glosas y resúmenes oficiales que Agustín García Calvo. Raro es el escrito donde no patea las mayúsculas de la Historia, del Futuro urdido por el Capital y el Estado, de la Realidad falsaria. Así que estas líneas tendrán que tentarse entre esa condena probable y previa e ir en busca de evocar sin disecar, recordar sin disolver en honores codificados y externos.

Parece que cuando nuestro hombre era el niño del que nunca se quiso despegar, contando unos 4 años, le llevaron a un colegio de párvulos de unas monjas, tal vez con la idea de socavar su tendencia al aislamiento. No fue una idea feliz, pues el niño rechazó inmediatamente la escuela, pero obligado a asistir optó por escabullirse de la fila a la entrada, esconderse en el patio, y luego ir a pasar la mañana a un jardincillo cercano, medio escondido entre arbustos y bancos, sin perder la atención al final de la jornada para volver a la puerta del colegio y simular su salida entre el tropel de los demás niños.

Es el propio Agustín quien lo cuenta en uno de sus libros más hermosos y personales, ‘Registro de Recuerdos’, pero lo hace para engancharse a algo más profundo y misterioso que la piel de la insumisión parvularia. Por lo que suspira el escritor es por ese tiempo largo de la mañana, solo en el jardín con su carterita escolar y su mandilón, quieto para no ser descubierto, absorto en un mundo que el recuerdo no devuelve pero sí alberga: “Estas horas son para ti, mayor, un vacío, un recinto mágico en el que no podemos penetrar, que no podremos nunca hacer volver a conciencia y memoria de tiempo computable, pero que, sin embargo, o por ello mismo, es la memoria viva, donde aquel niño sigue tan vivo como desconocido”.

Es esta formulación extrema de lo insondable lo que alienta su búsqueda de momentos pasados, pero pasados solamente si se someten al orden de los números del tiempo, pues su propósito, resuelto en las líneas del libro, es dejarse llevar azarosamente por los relámpagos y rendijas que se encienden y abren en su cabeza, y enhebrar reviviscencias que se apoderan de su mano y nuestros ojos: los olores de las casas, el tacto de la masilla, el sabor de las hojitas verdes de los chupamieles, los baños en el padre Duero, las caricias, las derrotas del deseo, el oído de una conversación errante…, sin explicaciones ni engarces, sin hilo causal de una biografía.

Para esa lucha desmañada y tal vez perdida Agustín toma como cómplice el tiempo Imperfecto de los verbos, un “Presente de Pasado” que lima categorías y que además abre la multiplicidad. Recuerda el escritor cómo el Imperfecto “era” servía para la asunción de identidades cambiantes que el juego infantil necesita: “Yo era el papá que vigilaba… yo era la señora de la pastelería…” El propio Agustín se pregunta: “¿Cuál quieres ser tú ahora de los muchos que has sido y se llaman con tu nombre?”. Por mi rendija alumbro estos:

Eras la voz imponente y la chaqueta de lana cruzada por rayas de colores que toda una mañana secuestró la atención sobre unos dibujos de manos y monedas que trazaste en el encerado del abarrotado Anfiteatro de Medicina. Eras el gesto cordial y el gusto atento en la barra cercana al Poniente en la que compartíamos unas croquetas. Acababas de ser el canto que tronaba en el Instituto Núñez de Arce, rodeado de bachilleres extasiados, con los viejos catedráticos huyendo a las filas de atrás y tratando de afilar las preguntas académicas que te hicieran frente y sombra. Eras los abalorios colgados de tu cuello que jugaban entre tus manos mientras contabas tu búsqueda de paños raros, de camisas únicas, de esas patillas. Eras la contradicción, la imposibilidad, la esperanza, eras la potencia del lenguaje, su fábrica y su desvarío, su liberación y su pérdida. Eras muchos más de los que convocan estas líneas, que quieren seguir tu guía de añoranza: “echar de menos, hallar a menos, no hallar, en una ausencia bien presente”.

 

 

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