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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Balas por aceitunas con hueso

Muñecas hinchables que abandonan a su amante. Pulpos que rescatan violines en barcos hundidos y tocan sonatas de Tartini. Escarabajos preocupados por su aspecto terrible que oculta un carácter pacífico. Chico miope que vuelve a casa sin advertir que ni el padre ciego ni el piso son el suyo. Volatinero dispuesto a saltar por encima de seis mulas con tal de ganarse un plato de alubias rojas con su correspondiente oreja de cerdo. Jugadores negros de baloncesto que proyectan sombras blancas. Serpientes que reciben un rubí cuando cumplen cien años…

Estos son algunos de los mimbres con los que Javier Tomeo va construyendo lo que cualquier escritor desea alcanzar: un universo propio y una voz personal para adentrarse en él. Y los ‘Cuentos completos’ que acaba de reunir con la ayuda de Daniel Gascón son una buena ocasión para tomar contacto con la singularidad de este escritor periférico, como le denominó Félix Romeo. En la periferia por olvido de modas y estrategias mercantiles, pero centrado y refulgente en este grueso volumen que reúne siete colecciones de relatos más un buen añadido de inéditos.

Cuentos breves de apenas dos páginas, centrados, a la manera de los antiguos relatos mágicos y maravillosos, en las relaciones entre hombres y animales dotados de voz y criterio, ensartados en diálogos para los que el autor muestra una facilidad envidiable. Destacan los dos Bestiarios que emprende a semejanza del cuaderno de apuntes de un naturalista dedicado a anotar y compilar la fauna, y en donde convergen los hechizos y leyendas que cada animal lleva sobre sí, tomados de una amplísima biblioteca cruzada con la tradición oral. El naturalista también deja volar la imaginación para penetrar en la psicología del animal, y de ahí surgen, en tierna contradicción entre lo que son y lo que aparentan, sapos con voz dulce, murciélagos que vuelan con las golondrinas esperando el contagio de su belleza o grillos que viven con la esperanza de cantar Rigoletto.

A esta zoología tan personal, a la que habría que añadir su galería humana de desplazados, trastornados, cojos, sordos y miopes, muchos miopes –una breve colección lleva por título ‘Problemas oculares’- cabe añadir además, para valorar plenamente la singularidad del escritor, el tono, el sabor con que empuja las relaciones de su desbordante animalario. Dice Daniel Gascón en el prólogo que Javier Tomeo se encuentra a medio camino entre Kafka y ‘La Codorniz’. Es verdad que algunas de sus fantasías pueden emparentarle con el autor de ‘La metamorfosis’ y con su universo inexplicable de seres que transitan entre categorías incompatibles, pero el aroma que las envuelve las hace inclinarse con más peso hacia una tradición bien distinta, entroncada en la literatura española con Ramón Gómez dela Serna, y continuada en el humor del absurdo y la discreta irracionalidad que cultivaron Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Flórez, Tono, y por supuesto los escritores que confluyeron en el ancho mundo de ‘La Codorniz’. Una de las colecciones lleva por título ‘Cuentos perversos’, y la escasa malignidad que desprenden las narraciones hace que podamos medir el tamaño y la naturaleza de esas perversiones, mucho más cerca de la risueña rareza que de la enfermedad y el sufrimiento, a pesar de que abunden en ellas asesinos, poetas enloquecidos, sargentos dictatoriales y todo tipo de desfavorecidos psíquicos o corporales, más algún marciano. A Tomeo le preocupa mucho más el humor y la ternura que el dolor de cabeza o las zozobras de la angustia. “Mis lectores sonríen, la sonrisa es el lenguaje de las personas inteligentes”, afirma.

Así que si tienen el libro a mano, ábranlo por cualquier sitio, y tal vez se topen con la historia del inventor de la ruleta rusa que en el lugar de la bala ponía aceitunas negras con hueso y en los demás huecos aceitunas rellenas de anchoas. O esa pelea multitudinaria en el bar del pueblo originada por no se sabe qué: “Esto tenía que suceder antes o después. Hacía demasiado tiempo que en este pueblo no pasaba nada. No era normal que nos aburriéramos tanto.” Y llegará la sonrisa, seguro.

( publicado en La sombra del ciprés, sábado 2 de febrero de 2013)

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