Limónov. ¿Quién es Limónov? O más directamente, ¿existe Limónov? Las páginas que siguen a la portada, en la que un rostro firme envuelto en una especie de uniforme nos mira interrogativamente a los ojos, necesitan una respuesta clara que el autor no elude. En la contraportada nos dice antes que cualquier otra cosa que le ha conocido, que todavía vive en Moscú y mantiene actividad política. Y las páginas arrancan con el nombre de Anna Politkóvskaia, la periodista rusa asesinada en 2006 por hurgar debajo de la historia oficial en Chechenia. Nos espera, a lo que parece, una apasionante reconstrucción de la vida soviética y rusa tomando como eje a ese personaje que Internet nos acerca en sus últimas algarabías de opositor en Moscú, con el pelo ya blanco y una perilla que le acerca al Trotski mejicano de sus días postreros. Un largo ejercicio de periodismo biográfico. Y sin embargo…
En las últimas páginas de la obra –ya no cabe llamarla novela-, Limónov pregunta a Emmanuel Carrère por los motivos que le han llevado a ocuparse de su vida. Porque ha tenido una existencia apasionante, le contesta el escritor, llena de peligros y novedades, en la que ha participado en momentos cruciales de la historia contemporánea. Sí, una vida de mierda, concluye Limónov con una risa seca.
Una vida apasionante, una vida de mierda. Las dos caben en el mismo trayecto biográfico, y la barrera que las separa bien sabemos cuál es: la de la literatura, la de la escritura que se haga cargo de ella, que la organice y la trace, que la reproduzca y la invente al mismo tiempo en cada palabra escogida. Emmanuel Carrère ya sabe en cierta manera lo que espera de su trabajo: alcanzar a esa remota persona hasta convertirla en personaje, y en paralelo incorporarse él también a esa nueva existencia que otorgan las páginas. Carrère y Limónov, Limónov y Carrère, en conjugada alternancia, con preeminencia para los avatares del biografiado pero dejando siempre resquicios para las dudas y reflexiones de quien le dibuja.
El resultado es un libro poliédrico, complejo, con muchos estratos que no siempre se diferencian, un libro que arranca en un lugar perdido de Ucrania, Járkov, en la miseria sin horizontes del posestalinismo que se va quebrando en los círculos de Moscú donde se cruzan con facilidad nombres nacientes de la cultura rusa como Joseph Brodsky, Tarkovski padre e hijo o el siempre fustigado Evtuchenko, y que tras muchas peripecias deja a nuestro protagonista en un Nueva York también sórdido y cruel, en el que ahora los nombres propios están en los alrededores de Andy Warhol o Susan Sontag. De vez en cuando Emmanuel Carrère saca la cabeza, como esos anfibios que se sumergen en el agua limosa de la narración pero que antes o después vuelven a la superficie para recuperar el aire de nuestra mirada. Y entre la prosa arrolladora de este anfibio y la vida sin concesiones del ruso-ucraniano caminamos sin pausa ni fatiga hacia puntos cruciales de la historia, de la del personaje y de la de todos nosotros, porque al final esa vida oscura y rocambolesca nos alcanza y nos hace revivir los años asombrosos de la caída del imperio soviético, de Gorbachov y su glásnost suicida, el ascenso y la caída de Yeltsin con el asalto al Parlamento donde entre los defensores contamos con Limónov, las guerras balcánicas, el fango del que surge Putin, en un caldo de cultivo poco comestible a nuestros ojos occidentales y demócratas, que pasan con fastidio y fascinación por la creación del partido Nacional Bolchevique que crea Limónov, del que se dice que busca “la unión sagrada de los marxistas-leninistas, estalinianos, neofascistas, ortodoxos, monárquicos y paganos”. Nada menos.
Inevitablemente te preguntas, mientras devoras páginas, qué haces prestando atención a ese personaje tan turbio, un hombre de acción más que de reflexión, y sin embargo, a lo que parece y muestra Carrère, gran escritor. Un personaje contradictorio, tierno y a la vez legionario machote, íntegro en su universo de ética distinta, prisionero torturado e inquebrantable, amante profuso de chicas hermosas que agotan su presencia en el sexo. Al fondo queda Rusia, el país desgraciado y desgraciador que fustiga sin cesar a sus nativos, encerrándolos en un círculo devastador de frío, desesperanza, vodka, nieve, crueldad y miseria, un círculo que se renueva en cada régimen político, sean los zares, el comunismo, la glasnost o Putin. Y tejido con la prosa transparente de Emmanuel Carrère, perfectamente respetada en la traducción de Jaime Zulaika, una prosa en la que se enreda el autor, en la que cae atrapado Limónov, y en la que felizmente chapoteamos los lectores.
(publicado en ‘La sombra del ciprés’ el 11 de mayo de 2013)