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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Un cine querido y popular

La cifra con la que se cierra el título dedicado al cine marroquí, ese siglo XXI, es casi condición de existencia para sus obras, fecha inesquivable de su auge y consolidación. Pues si echamos la mirada sobre el cine africano anterior al cambio de siglo, encontramos una producción dominante focalizada en otros países –Mali, Senegal con la figura estelar de Ousmane Sembène, Camerún, Nigeria con su Nolliwood tan singular- frente a una presencia escasa y apagada de Marruecos. Es en los primeros años de la pasada década, tras la muerte de Hassan II, cuando se empiezan a labrar en el país vecino condiciones para que una incipiente industria sirva de plataforma a talentos inquietos. Por un lado las ayudas estatales se organizan con una eficacia creciente bajo la fórmula final de adelanto sobre taquilla, que concede una comisión independiente, y que ha llegado a alcanzar en los últimos años los seis millones de euros. Y por otro la censura no desaparece, pero se flexibiliza y abre la puerta a temas envueltos hasta entonces en el silencio o al menos en la prudencia excesiva, pero que las nuevas generaciones no pueden seguir escondiendo. Los números finales son concluyentes: se pasa de una producción de cinco o seis películas anuales en los noventa a las veinticinco que se alcanzaron en 2012, con varios premios internacionales en su haber, entre ellos la Espiga de Oro en la Seminci del año pasado a ‘Los caballos de Dios’, de Nabil Ayouch, un director de carrera sólida que formará parte del Jurado Internacional de la presente edición.

El cine que surge en estos años de renovación va a tener además la fortuna y el acierto de conectar con el público marroquí, que lo apoya en cada estreno con su atención y presencia; sus películas son las más taquilleras en el país año tras año, y aseguran también la vida popular a las salas que subsisten, desgraciadamente pocas. Además, como sus temáticas abordan problemas y situaciones capitales tanto en el ámbito político –los años de Hassan II, la ausencia de libertades, los desaparecidos- como en el social –el debate entre tradición y modernidad, el paro, la emigración- los espectadores han hecho de ellas un centro de debate indispensable, hasta el punto de que, según manifiesta el crítico y escritor Mohammed Bakrim, constituyen “la primera forma artística de expresión del imaginario colectivo de nuestra sociedad”.

Marock

 

El ciclo es novedad en nuestras pantallas, con excepción de ‘Les yeux secs’ de Narjis Nejjar, proyectada en 2006 en unas sesiones sobre cine africano organizadas por el Centro Buendía de la Universidad de Valladolid. Lo integran un total de veinte largometrajes, más seis cortometrajes. Cuenta con la película que más entradas ha vendido en Marruecos, ‘La route vers Kaboul’ (2012), de Brahim Chkri, una atrevida comedia que da cabida al paro y su picaresca, a las redes sociales e incluso a la guerra afgana. Del cine occidental toman referencia y título obras como ‘En attendant Pasolini’, de Daoud Aoulad-Syad, que parte de un personaje que fue extra en la versión que hizo Pasolini de la tragedia griega, ‘Edipo Rey’; o ‘A Casablanca, les anges ne volent pas’ (2004), de Mohamed Asli, emparentada desde el título con una película de los años treinta de Michael Curtiz. Pero donde se puede medir el alcance y la longitud de zancada de esta nueva generación es en el tratamiento de temas espinosos: los años de terror, los desaparecidos, la condición de la mujer, los niños abandonados en las calles.

La primera cinta que tal vez se atrevió con los años de plomo del reinado de Hassan II fue ‘Mémoire en détention’(2004), del veterano Jillali Ferhati, cuyo protagonista es un preso político que pierde la memoria en prisión antes de recuperar la libertad. Una metáfora de la amnesia que no debe sufrir el país, y que puede encontrar eco en las tensiones con la memoria histórica que sufre el nuestro. Esa veta de presencia y exploración de un pasado silenciado salpica a varias obras del ciclo; tal vez su mejor exponente sea ‘Nos lieux interdits’(2008), de Leila Kilani, que bajo la fórmula del documental da voz a cuatro familias que buscan la rehabilitación de sus desaparecidos en un organismo de nombre curioso, Instancia para la Equidad y la  Reconciliación, creado por el hijo de Hassan, Mohammed VI. La película ganó el Premio del Cincuentenario del cine marroquí. De la misma directora, tal vez la artista con más personalidad del cine marroquí, se proyecta ‘Sur le planche’ (2011), su primera obra de ficción, en la que se adentra en la compleja sociedad de Tánger, lujosa y a la vez con capas enormes de miseria.

En el filo

 

 

La presencia de una mujer tras la cámara no es, afortunadamente, excepción. Otras dos acompañan a Leila Kilani: Yasmine Kassari, que recoge en ‘L’enfant endormi’ (2004) una historia de un embarazo alargado según ciertas tradiciones y mitos rurales que permite una mirada oblicua sobre la sociedad; y Laila Marrakchi, que en ‘Marock’ (2005) trae una Casablanca con carreras de coches, fiestas, música, sexo presentido, al alimón con la sociedad tradicional conservadora y religiosa. La tensión entre lo viejo y lo nuevo vertebra también ‘Le grand voyage’ (2004), de Ismaël Ferroukhi. El peregrinaje a La Meca de un anciano en un coche conducido por su hijo, universitario francés alejado del ámbito religioso y de la lengua de su padre, abre durante los 6.000 kilómetrosde trayecto las tensiones, las diferencias y los difíciles puentes entre dos generaciones.

También la mujer encuentra su lugar delante de la cámara, y se coloca como centro temático de la lucha y el sufrimiento que origina el intento de romper los moldes arcaicos que la marginan. En ‘Dance of Outlaws’ (2012) Mohamed El Aboudi narra la historia de una mujer privada de su DNI tras sufrir una violación. La víctima, paradójicamente, se acaba convirtiendo en una apestada que deshonra a la familia, una historia que trae el recuerdo de aquella excelente película del egipcio Mohamed Diab, ‘El Cairo 678’, recientemente estrenada en nuestro país. También en las películas de Leila Kilani se alude a la lenta conquista de los derechos de la mujer, o en la compleja metáfora de ‘Les yeux secs’.

Ali Zaoua, príncipe de Casablanca

Un cine que quiere atraer a un público amplio bajo la estrategia de dar cabida a sus inquietudes y problemas, no podía dejar de lado la realidad social de las calles marroquíes, con los desplazados, los sin techo, el ejército desesperado de los niños abandonados. Algunos críticos han querido ver la inspiración de ‘Los olvidados’, de Luis Buñuel, en ‘Ali Zaoua, príncipe de Casablanca’ (2000), de Nabil Ayouch, y también una vocación neorrealista en el uso directo de las calles en el rodaje. Después han seguido esa temática obras como ‘Casanégra’ (2008), de Nour-Eddine Lakhmari y ‘Mort à vendre’ (2012), de Faouzi Bensaïdi, que en su tratamiento de los jóvenes marginados abocados a la delincuencia roza los parámetros del cine negro.

Atención, pues, a este ciclo de un cine joven y esperanzador, que puede derruir muchos clichés sobre el país vecino.

(El Norte de Castilla, suplemento Seminci, 19 de octubre de 2013)

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