Un año más los Globos de Oro de la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood nos han acercado la cara comercial y el brillo del negocio del cine estadounidense. Como los inminentes Oscar, esa es su función en el mercado audiovisual más poderoso del planeta. Los títulos premiados ya contaban en su mayoría con una cuantiosa recaudación y presencia en pantallas, así que desde luego estos galardones no descubren nada nuevo. Si acaso, para el espectador español, el inminente estreno de la obra que más estatuillas se ha llevado, ‘La gran estafa americana’, supondrá un divino plus de propaganda que reparará un poco las maltrechas taquillas de los cines, los pocos que van quedando.
‘Gravity’, ‘El lobo de Wall Street’ (es curiosa la aparición en dos de las premiadas de sombras de corrupciones y estafas; a qué estamos esperando en España, con tanta fuente de inspiración diaria), ’12 años de esclavitud’… Obras contenidas y calculadas para la taquilla, de realización tan impecable como corta en su impacto artístico, en su huella en la memoria profunda del espectador. La salmodia esclavista de Steve McQueen, que había recibido varias nominaciones y se queda finalmente con la de mejor película dramática, desarrolla un cliché que a poco de comenzar ya permite vislumbrar todo su desarrollo lloroso y final más o menos feliz. Es difícil reconocer en ella al director de ‘Shame’, película fuerte, personal, arriesgada. No, en esta gala no hay lugar para obras como la última de los Coen, o ‘Mud’, de Jeff Nichols, o ‘To the Wonder’ de Malick.
Pero al menos en dos de los Globos sí aparece la verdad artística por encima de su valor de mercancía. Uno es el premio de interpretación femenina para Cate Blanchett, cuya actuación como mujer de estafador, tan de actualidad, podía incluso con el nefasto doblaje que le pusieron en boca. Solo por ese plano final sentada en el banco, sin maquillaje, con el pelo de cualquier manera, hablando y mirando para nadie, ya merece cualquier distinción. Y el otro Globo donde sí hay cabida para el gran arte es el dedicado al cine extranjero, como sucedió en años anteriores con ‘Amor’ o la iraní ‘Nadir y Simin, una separación’. ‘La gran belleza’ de Paolo Sorrentino es una película que ha engendrado discusiones, condenas y entusiasmos desbordados, pero ante la que nadie se siente indiferente ni va a comer palomitas. La mirada seductora y poliédrica de Toni Servillo no lo permite. Una obra llena de riesgos y de homenajes, que se atreve a inventar una Roma distinta a la de Fellini pero milagrosamente atravesada por ella.
(El Norte de Castilla, 14 de enero de 2014)